Capítulo 1: Las vacaciones en las que no se suponía que pasaría esto

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Una buena noche, a punto de acabar el verano y en las circunstancias que menos pensaría que se daría una cosa semejante, brindé con mis amigas.

-¡Por mas noches como esta! -gritó una.

-¡Por mas noches como esta!

Bebí mi trago de un gran sorbo directo a mi estómago y repliqué el golpe en la mesa de las reunidas en ella.

-¿Pedimos otra? -pregunta Alica. Y todas dicen que no, salvo por mí.

El verano está a punto de terminar. Vendría toda aquella responsabilidad que cargar en mis hombros de la que no deseaba pensar y extender la noche era mi salida. Mi única salida.
Reemplacé la mesa por la barra del local, que estaba adornada por palmeras, cocos flotantes y el sonido del mar como ambientador, aunque el mar esté a varios kilómetros. Winnifer, Francine y América se retiraron al hotel y confiaron en que mínimo en una hora regresaría con ellas, pero Alica me conoce más que esa suposición. De aquí nadie me movería si ese no es mi deseo.

La tendencia al olvido es un buen recurso para alguien como yo.

-¿Qué hace una chica tan bella, tan sola?

Esperé unos segundos para girar la vista y encontrar unos ojos bonitos en una estructura ósea bastante bonita, pero con el peor talento para iniciar una charla que haya conocido.

-Piérdete -dije con dulzura y un mínimo sarcasmo por allí.

Él frunció el ceño, pero acabó sonriendo. He ahí una sonrisa bonita.

-En realidad era una pregunta auténtica.

Y una voz...

-Me gusta estar sola -respondí, carente de ingenio.

-A mí no.

-Es lamentable -cogí mi vaso y lo moví entre mis dedos-. Las personas que no pueden estar solas me dan un miedo tremendo, así que...

-Disculpa -interrumpió, haciendo un gesto confuso-. ¿Te dan miedo?

-Sí. ¿No es obvio porque?

-En absoluto. Tendrás que aclararlo.

Froté mi pulgar e índice en el lóbulo de mi oreja, con un arete colgando que roza mis hombros, circular y dorado. La bebida burbujeante me llama, pero tampoco seré grosera.

-Porque son dependientes -dije al fin, dando por terminaba mi bebida-. Hey -llamé al bartender, que se fijó en mí de inmediato-. Un mojito, por favor.

Asintió y cerré mis ojos unos instantes. Quise descontracturar, pero haría falta mas que esto para lograrlo y...

-Sigo sin comprender qué tiene de dependiente querer compartir una conversación.

Me sorprendí de que siguiera aquí, diagonal a mí, queriendo continuar con este tema del que apenas tengo ganas de hablar. No sé cuál debe ser mi expresión pero logré mudarla a consciencia y responder con simplicidad, a la vez que con una verdad:

-No suele ser lo único que se comparte, pero no me refería a una charla común entre desconocidos. Es... -busqué entre mi diccionario interno por las palabras correctas-, la idea de que no puedas estar contigo mismo, ¿pero sí con alguien más?, indica que no eres apto para ninguna responsabilidad y eso está bien por un rato pero a la larga, no.

En lo que terminé mi pequeño discurso lleno de madurez el bartender colocó mi mojito frente a mis narices. Le agradecí y bajé la vista a mi celular para verificar la hora.

-¿Y dice eso una mujer de qué? ¿Veinte años?

Sonreí con satisfacción, pero no me comía el cuento de que lo pregunte porque de pronto se le ocurrió. Para estar en un bar tienes que ser mayor de edad. Todos lo saben.

El Encanto de saber VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora