Capítulo 27: Querer ser una constante

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Las negociaciones despejaban mi mente, y admitía con orgullo que aquello que tocaba Matías Burgeos Ruíz Palacios, mi papá, se convertía en lo que él deseara

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Las negociaciones despejaban mi mente, y admitía con orgullo que aquello que tocaba Matías Burgeos Ruíz Palacios, mi papá, se convertía en lo que él deseara.

Es lo que lo motiva a tratar de increpar.

Siempre sentí que me inculcó lo mejor que puede tener un ser humano; honestidad, lealtad, firmeza, seguridad, compañía, comprensión, igualdad, generosidad, constancia y con todo ello, como un pegamento que los une, un gran y poderoso amor, que le llevó a ser quien es y a tener lo que tiene sin tomar en poco que el lugar de donde vino no era un jacuzzi lleno de oro. Mima sabe de esto un poco mas que yo, pero si nos ponemos en plan de comparar, infinitamente él nos gana.

Pero en estos días no ha estado orgulloso o compasivo con mis decisiones con mis futuros socios o en lo que podría invertir, como si su capital estuviese en juego cuando desde siempre no lo he necesitado. ¿Para un consejo sabio? ¿Una palmada en la espalda? Tal vez, y no le pedí hacerlo; fue su moral o su cariño lo que lo impulsaron y no estoy nimiamente impulsado a devolver aquello en un ''sé que me lo dijiste''. Para mí lo que se da por perdido está en la lista que viene debajo del término Muerte. Y sigo respirando.

Así que mi sonrisa no podía ser otra que una pedante y burlista.

—Tienes la cabeza en otro sitio. —Un reproche, como esperaba.

Ensanché mi sonrisa, demostrando lo poco que me tomo en serio esta charla por la tarde.

—Mi cabeza sigue entre mis hombros, según vi esta mañana.

—No me gustan tus bromas, hijo.

—A mí tampoco —tercia Mima, en un estado de comodidad alarmante, sentada en los sofás que acompañan al escritorio de mi oficina. Bebe de una taza de café y guiña un ojo a papá—. Pero en esta vida a una solo le queda acostumbrarse a las molestias.

—Pago tu sueldo.

—Sueldo que gano con esfuerzo, ¿o te recuerdo que soy tu asistente temporal?

—¿Qué es eso de asistente temporal? —pregunta papá, confundido—. Tenía entendido que eras la gerente general.

—También cumplo con el cargo; lo hago para su tranquilidad.

—No entiendo.

—Pero qué raro. —Sentí la amenaza en su tono, pero no pude hacer nada para evitar lo que vino—. Si entre tu y mi santa madrecita están como colibrís, batiendo las alas enérgicamente cerca de él para que les complazca. ¿Es una especie de danza que atraiga a la hembra con la que daba aparearse?

El rostro de papá pasó del natural color olivo a uno cerúleo en segundos.

—¡¿Qué estupidez estás diciendo, Miramar?!

—Digo lo que pienso y lo mal que se ven, señor Burgeos.

No tenía que verlo para saber que le carcomía que lo llamara señor, pero ¿qué puedo hacer al respecto?

El Encanto de saber VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora