Toco a la puerta con desesperación, muerta del susto. Tengo unas ganas tremendas de de hacer pis y ni siquiera recuerdo cuándo fue la última gota de agua que tomé, pero sin duda, de hacerlo, reventaría. El miedo que cargo no ayuda a que mitigue, es cambio aumenta otro poco mis ganas.
¡¿Por qué no abre el infeliz?!
Vuelvo a tocar con mas ganas y doy saltos de pie en pie. No sé qué es lo que voy a decir, pero seguro que se me ocurrirá algo en cuanto lo vea.
Porque cuando lo vea...
Y las ganas de ir al baño se juntan con el llanto. Cubro mi boca y doy varios saltos en el mismo sitio, rogando que no haya pasado nada malo.
Por favor, por favor, que él esté entero.
Por favor, por favor, por favor, que no sea como esa mañana.
La sola idea me hace tambalear y querer sentarme un momento, pero la puerta se abre. Ella se abre al fin. Profiero un sollozo y voy directa a Claudio, abrazándolo y sé que pudimos caer al suelo si no es por su fuerza al sostenerme y sostenerse del suelo. Sumerjo mi rostro en su cabello y cerca del oído, llorando porque está bien y nunca me había sentido tan asustada como al saber que se ha ausentado de su amado trabajo.
—Chris...
—Gracias, gracias —dije a la desesperada, abrazándolo más.
Lo sentí moverse, pero no me despegué. No lo soltaría hasta estar segura de mí misma y de que podría quedarme en pie.
—No vayas a ahorcarme —dice sarcástico.
De un tirón lo solté y puse mis pies en tierra. Miré alrededor y no pude apreciar nada en particular. Estamos en una sala, es de noche y hay un televisor encendido. Limpié mis manos en mis mallas y sonreí con vergüenza.
—Perdóname, pero ¿podría usar tu baño, por favor?
Él parece cansado, pero se las arregló para medio sonreír y pedirme que lo acompañara por un pasillo corto y abriera la puerta de un baño.
Al terminar lo mas urgente, me di un vistazo en el espejo y no sé cómo Claudio no se espantó del aspecto que tengo. Traigo el peinado de la Giselle del segundo acto, un recogido a media nuca que abre el rostro y lo despeja por completo, y el maquillaje está corrido de una manera absurda y de Halloween. No traje mi bolso, así que tendrá que quedarse como está. No logré cambiarme por completo, mis mallas siguen puestas y parte de la parte baja del traje, menos la falda y las zapatillas. En mi carrera contra el tiempo le quité su abrigo a Francine, que no lo pensó dos veces en cuanto se lo pedí, y tomé un taxi.
¿A quién le importa el éxito si a alguien a quien quieres se le está yendo la vida? ¿Cómo puedo ser feliz si Henrie no puede? Tantos días sin que nadie sepa de él, sin que vaya a ver a su mamá, fue una alarma. ¡Y me lo dicen justamente al terminar el acto y los aplausos!, no podía, no puedo festejar nada. No si Henrie no está ahí o sé que está perdido.
Lavé mis manos y regresé a la sala, pero seguí sin reparar en nada que no fuese él. Sentado en un sofá y volteando a verme.
Mi preocupación está preocupándome.
—¿Acaso quieres acabar con tu vida profesional? —me pregunta, sorprendiéndome.
—No.
—Francine dice que dejaste tu celular en el camerino y que había una rueda de prensa programada después de la presentación.
—La reprogramaron para mañana en la tarde.
—Que casualidad.
—No podía con la angustia —admito y él alcanza a elevar sus cejas—. Tu me angustias.
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El Encanto de saber Volar
RomansaChristina Blackmore. ¿Quién es ella? Pudo decidir ir al espacio, construir casas o escribir un libro. Para ella los límites no existían respecto a sus capacidades e hizo bien en usarlas a su antojo hasta volverse quien es hoy: una buena hija y leal...