—Henrie.
Lo llamo. Lo he llamado varias veces y no parece escucharme, o me ignora deliberadamente porque está muchísimo mas triste de lo que deja ver. ¿Mi tristeza por mi madre y su arrebatado momento de huir?, no se compara a lo destrozado, lo en trocitos que está Claudio.
Y no sé qué hacer.
Nunca he sido buena consolando. Detesto las palabras forzadas y por ello, porque me incomodo y no hallo cómo actuar, prefiero el silencio y dar por hecho que necesitan un abrazo; sin embargo Henrie ha estado alejado de todos, sobretodo de mí y así no puede funcionar un consuelo. No puedo obligarlo a recibirlo, por lo que he dicho su nombre para que salga del estado catatónico en el que se ha introducido.
—Henrie. —Es la sexta vez. No voy a rendirme.
Hay un sonido que proviene de él, pero no dura y abraza sus brazos alrededor de sus rodillas, abrazándose a sí mismo, haciendo que sus nudillos se vean mas blancos de lo normal por la fuerza que ejerce y él, en sí, se vea pequeño.
Miro a mi alrededor como pasan un grupo de enfermeras y se le quedan mirando. Tengo en la punta de la lengua que le dejen tranquilo y que no sean tan chismosas, pero el tiempo se pasa y niego con mi cabeza por las cosas tontas que se me pasan por ella.
Vamos otra vez.
—Henrie, por favor.
—¿Señorita?
Me pongo derecha y veo a quien se dirige a mí. No sé qué decir, pero él, considerado, lo hace fácil.
—¿Es usted familiar de la señora Peterson?
—Soy su nuera. ¿Cómo está?
Él ve con disimulo a Henrie, que sigue sin moverse. Me preocupación
sigue creciendo pero alguien tiene que oír las noticias.—Se encuentra estable, pero será trasladada a la sala de operaciones...
Le sigo oyendo con el mayor detenimiento que pude reunir, pero yo también estoy algo acabada. Crucé mi suéter gris a la altura de mi pecho, tan gris como el ambiente del hospital. El Doctor Matthews no se explayó en las explicaciones técnicas, para mi agradecimiento interno, y se centró en lo que sucedería en las próximas horas con Ofelia y que el pronostico es favorable. Al dejarnos a solas, ya tenía tomada una decisión.
Me arrodillé frente a Henrie y dije con firmeza:
—Levántate.
Si la exasperación fuese una pipa, con su falta de respuesta, ya la he
aspirado por completo.—¡Que te levantes, Henrie Claudio Peterson! —Aventé mis manos a su lugar seguro y lo hice tambalear, hasta que por fin vi sus ojos pardos rodeados de una sombra roja que pudo haberme espantado si no llevara tantos años viendo maquillajes horripilantes—. ¿Qué? ¿Vas a quedarte ahí sentado? ¡Tienes cosas que hacer!
Su altura se elevó al darme una mirada enardecida, inyectada en sangre, pero si continúa cuerdo yo atajaría lo que me quiera lanzar.
—No quiero —habló con la voz enronquecida.
—No se trata de querer —digo endurecida—. Se trata de que no hay
nadie más.No fueron las palabras adecuadas, lo sé. Pero ¡Cristo!, lo necesito aquí, conmigo y no en el rincón del olvido.
—¿Y tú?
—No soy familiar directo —nos recuerdo, porque yo también pensé lo mismo. En hacerme cargo.
Contrajo su rostro en tantísimo dolor y volvió a esconderlo en sus rodillas, sacudiéndose en sollozos. Creí que podría abrazarlo y lo envolví en mis brazos con todo el calor que pude reunir, aun cuando siento tanto frío. Paseé mis manos por su espalda y cabello, sintiendo que la injusticia trabaja de formas que no llego a entender.
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El Encanto de saber Volar
RomansaChristina Blackmore. ¿Quién es ella? Pudo decidir ir al espacio, construir casas o escribir un libro. Para ella los límites no existían respecto a sus capacidades e hizo bien en usarlas a su antojo hasta volverse quien es hoy: una buena hija y leal...