Capítulo 14: Monopolizar

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¿Acaso debería estar sorprendida de encontrarme en una situación como ésta?

Antes me engañaba a mí misma. Era ilusa. Una hija ilusa, como muchas otras y me costó que entrara en mi vida la comprensión de que tenía dos padres diametralmente distintos, lo que está bien en el individualismo y en el carácter de ambos, porque es en buena medida lo que los unió y lo que mantiene una chispa latente en su matrimonio. Pero, ¿yo qué tengo que ver con ello? Solo soy el resultado de un muy bien planeado embarazo. Siendo un embrión podía no tener consciencia del presente, pero de niña aprendí con rapidez a que habían cosas que jamás tendría y entre ellas es una madre que no intentaría, a toda costa, lograr sus cometidos a través de mí.

Llegó a ella la noticia de mi renuncia para la hora en que volví de mi cena con Terry y mi apelación no funcionó para evitar su orden de oírla. Ni mi cara de estarla pasando mal, porque esa cena no fue lo que creí que sería y que me sentiría del modo en que lo hice.

Pero volví a ilusionarme.

Violetta, mi mamá, es de ese tipo de mujeres que suelen obtener lo que quieren de un modo u otro, es ambiciosa sin llegar a ser codiciosa de lo ajeno. Ha creado para sí un mundo en planos y lo ha ido proyectando con el pasar de los años en realidades sólidas como el cemento seco. A ella la criaron con el parecer de una mujer que ha consumado todo lo que ha deseado y que siempre puede tener más. Más comodidad, mas amigos, mas reliquias que comparar con las reliquias de los otros, mas belleza que engalanar, mas marido que ostentar y mas hija que... Lo que sea que hagas con tus hijos. Y si eres hijo único, vaya zapatos que hay que llenar.

No digo que sea malo. Que mi mamá sea odiosa o que trate con la punta del pie a su semejantes, no. Lo cierto es que pese a como fueron mis abuelos y el odio que se llevaron a sus tumbas por ser gentes odiosas a las que nada les complacía lo suficiente, mamá fue su excepción.

Se podría concluir que tengo mucha suerte, ¿eh?

Que me estoy quejando de más.

No te quejes, Chris.

No. Sí me quejo. En mis adentros pero me quejo y lo hago para no vivir una vida reprimida. ¿Quiero hacer que mi mamá se sienta feliz? Sí, quiero, pero ¿vale la pena los costes?

No fue fácil redactar la carta de renuncia, ¡y para mi papá! Alguna vez tuve la rudeza de engatusarme con el brillo y el atractivo de ser su mano derecha, pero las cosas cambiaron, el tiempo cambió y mis sueños están cambiando a medida que considero.

No me considero alguien persuasible, sin embargo es triste que quien me puede persuadir lo está haciendo con todas sus fuerzas, con todo lo que le puede ofrecer al mundo, con las mismas ansias y anhelo con que pujó por mí. Ya no lucha por que regrese a trabajar con papá, lo que no quiere decir que esto sea un mejor blanco.

Se supone que nadie además de mi abuela y mis amigas lo sabían. Henrie y yo lo estuvimos conversando y decidimos que quedara entre nosotros, pero un titular circulando por Internet en esas páginas de chismes nos captó en una comida, las especulaciones empezaron a llover y a su vez la reproducción del chisme, lo que en consecuencia llegó a oídos de cualquiera con un teléfono inteligente.

La calma en mi casa fue sorprendente y ya atajaba lo peor. Vendría un tsunami.

La cosa con las pretensiones alineadas con las ilusiones es que no son reales, no están cimentadas en buenas raíces y si tienen alguna raíz ésta no es profunda. Sé esto por la manera en la que mi madre se moviliza por la casa, orquestando una fiesta que desconocía y en la que me encuentro, tentada a recostarme de una pared como normalmente lo haría para planear salir corriendo. En cambio he sonreído con angustia hacia Henrie, que parece tan sorprendido como yo, pero no hace absolutamente nada para evitar que se anuncie nuestro... nuestro...

El Encanto de saber VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora