Pero qué osado es este hombre.
Sé bien cómo supo que estoy en España, Madrid, casualmente en el mismo sitio geográfico que él salvo por algunos kilómetros que él supo saldar para hacerme llegar flores.
Si supiera cuánto no me gustan...
Es gracioso. Lidia las admiraba con una sonrisa, leyendo la nota adjunta y queriendo transmitirme esa sentir de ser alabada con flores. He visto ramos realmente bellos, con mi abuela, compartiendo con los Peterson y mi madre, una de las mayores contribuyentes al embellecer su hogar y sus jardines con ellas. El arreglo no me impresiona, lo que lo hace es la temeridad de enviarlas justamente antes de salir a escena.
Estuve a punto de sonreír.
Ni siquiera sabía hasta hoy que la osadía se me hace atractiva.
O tal vez sea mentira. Después de todo, el mismo hombre que osó hablarme cuando pensé querer estar sola es el mismo que envió flores.
—Son bonitas —dije.
Lidia me miró con lentitud y soltó un gruñido.
—¿Solo bonitas? —preguntó como si verme le produjera confusión—. ¡Están preciosas!
—No me gustan las flores... —traté de decir con tiento. No vaya a aventarme uno de los implementos de maquillaje.
—¿A qué mujer no le gustan las flores? —pregunta ella y en lo que estoy levantando la mano, rueda sus ojos—. Sigue siendo un lindo detalle, ¿lo conoces o...?
—¿O qué?
Lidia sonríe juntando sus manos y poniéndose cómoda en su expresión de conspiración pícara.
—¿O es un admirador secreto?
—¿Cómo voy a tener un admirador si llegamos hace dos días?
—Yo qué sé. Escapadas tienen todos.
Ahora fui yo quien sonrió, pero a ella no le gustó.
—Hablando de escapadas...
—¡Escapadas nada! —dijo con fuerza y me quedé estática por esa reacción. Ella cambió el gesto y me miró turbada—. Perdóname, Chris...
—Está bien, Lid. ¿Pasa algo malo?
Nos quedaban pocos minutos para ser llamados. Algunas de las chicas que se arreglan en el camerino con nosotras admiraron el arreglo por algún tiempo, cuchichearon como cualquiera y se sumergieron en sus propios métodos para no sucumbir al miedo escénico, el temor de equivocarse y aprovechar los estiramientos en conjunto que suelen ser mas productivos que los individuales. Es como estar solo nosotras. Si algo tenemos en común en este pequeño mundo, es que nos gusta conservar la privacidad en lo posible ya que no la podemos mantener todo el tiempo.
Lidia está vestida y maquillada como lo deben estar los bailarines que representan a las willis en Giselle, con ese aire sombrío, fantasmal, de blanco y azul claro degradado en ciertas áreas. No aparecerá hasta el segundo acto, pero por regla ninguno debe retrasarse. En mi caso el traje es de un rosa pálido con incrustraciones rojas en la falda y parte del escote, las medias y las zapatillas azules, el maquillaje es sencillo si me comparo con Lidia, que realza mi piel pálida y el cabello, pese a estar recogido, con su color cercano al castaño rojizo.
Estoy esperando una buena respuesta. No quiero más misterio y menos entre nosotras, o con Miles, que lo hace peor.
—Estoy... teniendo una especie de flechazo tardío por Miles.
Cubrí mi boca para evitar la risa y la sorpresa.
—¿Flechazo tardío? —Lidia asintió como si esa fuese su gran verdad. Yo no entendía—. ¿Qué es eso?
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El Encanto de saber Volar
RomansaChristina Blackmore. ¿Quién es ella? Pudo decidir ir al espacio, construir casas o escribir un libro. Para ella los límites no existían respecto a sus capacidades e hizo bien en usarlas a su antojo hasta volverse quien es hoy: una buena hija y leal...