Capítulo 19: Lo que va a ocurrir

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Las vistas desde las alturas, es de las pocas audacias y privilegios que tiene un bailarín, sobretodo si tienes a alguien que te sostiene.

El apoyo del compañero es tan importante como lo es para él que tu hagas de manera eficaz los movimientos que le permitan acoplarte a los suyos y que al elevarte la forma de ambos sea la correcta. Para una chica tiene distinta dificultad que para el chico; mucha de la fuerza ejercida que se requiere en las alturas depende un ochenta por ciento en él. Es decir, que en esencia el trabajo compartido no es compartido en su totalidad.

Henrie y yo nunca hemos compartido demasiado. Nuestros padres se conocen mucho mas de lo que lo hacemos, pero se ha debido a la presión ejercida sobre ambos, donde estábamos siendo asociados y existía la confabulación de un nosotros siendo marido y mujer; siempre fue así. ¿Por qué querría ser amiga de quien me han recalcado como el perfecto para mí por veinticinco años? ¿Por qué él querría estar con la niña a la que debía ver en los tiempos libres cuando pudo estar con sus amigos, en un campamento, disfrutando de las vacaciones?

Puede que esté siendo invasiva e injusta siendo que tenemos ese tipo de historia conjunta. Verme... tal vez le recuerde con mas ahínco a su papá, pero cuando me dijo que sí, que vendría conmigo y que se esforzaría por seguir adelante, no desperdicié la oportunidad.

Quería sostenerlo.

Quería ser su compañera, la que tiene brazos fuertes y permite que te luzcas mientras ella también se luce.

Quería ser su amiga, una amiga de verdad y no lo que fuimos.

—Deja de toquetear mi asiento.

Son las primeras palabras que me da en un largo rato, pero no evita que me sienta ofendida.

—¡No estoy tocando nada!

Además, él está hojeado un libro de la prehistoria, ¿cómo se fija en otra cosa?

—Sí, lo haces, Tintín. —Pasa página; mira de reojo a la bebida en su bandeja; vuelve a ver el libro, con un aire indiferente que podría crispar mis nervios si no fuese porque estoy acostumbrada—. Y no entiendo porque.

—Estás siendo quisquilloso —digo a punto de rodar los ojos, pero en el fondo estoy contenta de que interactuemos.

Al estar en el aeropuerto, en el tiempo de espera, en la aduana y al subir al avión no intercambiamos muchas palabras. Unas cinco por cada hora, pero ahora que llevamos unas horas de vuelo el ambiente está tranquilo; cada uno está haciendo algo diferente, yo mas que todo porque Henrie está hipnotizado leyendo y si yo hubiera sido mas avispada habría traído un libro... O pedido a él, en tal caso.

—Mira quién habla... Pediste que cambiaran tu fruta.

—Tenía una apariencia extraña.

—Nadie pide que le cambien su fruta.

Resoplé.

—Ahora estás diciendo cualquier cosa.

Se rió.

Él. Rió.

Bien podría dejarlo en paz solo por ello.

—Bien, bien. No te digo nada mas, pero no tamborilees en mi silla, ¿sí?

Se me ocurre algo:

—¿Y si eso quiero? ¿Molestarte?

Pasa a la siguiente página, serio y concentrado en no cambia el curso de sus ojos.

—Lo consigues, como todo lo que te propones. ¿Ahora podrías ser buena y no hablar por unas horas?

Medio refunfuñé, pero le hice caso.

El Encanto de saber VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora