—¿Cómo está?
—Muy mal, Flor. No quiere comer de mis guisos.
Puse mala cara, compadeciéndome de su sufrimiento y el de sus sabrosos guisos. Eso es un gran insulto.
—Es normal que no quiera, abuela. Me ha costado ir a los ensayos, pero no tengo alternativa. No me puedo dar el lujo de faltar así me angustie la idea de que esté solo y solo piense en ir a abrazarlo.
Mi abuela en sus eternos overoles y cargando un ramo de sus flores mas bonitas, caminaba conmigo rumbo a la caja de zapatos donde vive Henrie. Él lleva el término minimalista a otro nivel. Lo fue a ver ayer y me está contando cómo la recibió, con cariño pero mucha agonía. Es reciente la muerte de Sergio y sabemos que el luto no se pasa de la noche a la mañana.
—Estás muy preocupada —comenta en aire casual. Pero mi abue no es casual; es directa, como los dardos si hay buena puntería.
—¿Cómo no estarlo?
—Tienes suficiente en tu maceta.
—No me molesta añadirlo a él.
—Eso a mí sí me preocupa.
—Yo no debo preocuparte mas de lo que debe hacerlo Henrie. Abuela —añadí sentida—, está solo. Ofelia se sigue recuperando, no tiene un familiar que le abrace y ayude a consolarlo. ¡Perdió a su papá! No puedo imaginar cómo se siente, pero voy a estar con él mientras me lo permita, ¿está bien?
ESTÁS LEYENDO
El Encanto de saber Volar
RomanceChristina Blackmore. ¿Quién es ella? Pudo decidir ir al espacio, construir casas o escribir un libro. Para ella los límites no existían respecto a sus capacidades e hizo bien en usarlas a su antojo hasta volverse quien es hoy: una buena hija y leal...