No sé cómo es que debes sentirte cuando una de tus mejores amigas se casa. No siento exactamente felicidad. Tal vez un poquito de alegría, entusiasmo por ella y por verla vestida de novia, casándose con su amor de la secundaria. Pero de allí a estar rebosante de dicha... no.
América fue la última en integrarse a nosotras, Las Salvajes. Alica y yo tomamos el apodo de niñas, cuando nuestras mamás aceptaron que separarnos a una de la otra y a ambas de los árboles, el lodo y los juegos para varones era inútil. La infancia que tuvimos fue bella, risueña, con muchos campamentos de verano y decembrinos, dulces y frutas, lo que pudimos querer y tuvimos y lo que queríamos pero no obteníamos. Cada una de se fue anexando con el pasar de los años, pero América fue quien nos completó, quien se bautizó con nuestro apodo unánime y la que supimos, de siempre, que sería quien se casaría primera, pese a que Francine es la mayor.
Ahora que se acerca su fecha de nupcias me siento egoísta y reacia a que se una con un alfeñique.
Lo siento. No estoy siendo justa. Anibal no es ningún alfeñique; en realidad es un hombre leal, despabilado, inteligente, determinado y un disco rayado cuando le das la suficiente confianza, y nos ha ganado a todas, no por igual pero se acerca bastante. Acercarse bastante a caernos bien a todas las amigas de América es motivo de triunfo, de gozo y orgullo. América no estará en mejores manos, pero no puedo convencer de eso a mi interior. Una tontería de mi parte que no soy capaz de remediar.
Las medidas de los vestidos de madrina en comparación con la prueba del de novias, pues... ¿qué decir? ¡Es una molestia! Alica y yo intercambiamos miradas conocedoras, de mi incomodidad y su diversión, al ser esta la última vez que los probaremos antes de que sean enviados junto con el de América al lugar de la boda. ¿Y América? No puede estar mas feliz, nerviosa, emocionada, nerviosa y mas nerviosa.
—Ya basta, Ame —se queja Winnifer—. Me estás haciendo tener ansiedad.
—¿Tú tienes ansiedad? —reprocha la aludida, como si le acaban de ofender.
—¡Sí, por tu culpa! ¡Siéntate ya, me haces el favor!
Escondo una sonrisa tras el menú y veo que Francine muerde su labio, creyendo que eso le dará una mejor idea de qué escoger en un sitio donde solo venden postres cuando tu quieres mantenerte en ‘’línea’’.
América hace caso y se sienta en vez de tratar de encontrar señal moviéndose de un lado al otro con el celular en alto.
—Si mi Ani me llama no va a caer...
—Tu Ani seguro lo entenderá —digo burlona pero muy en serio. Conozco a su prometido lo suficiente para afirmarlo.
—Lo siento, pero necesito hablar con él.
Se engancha la correa de su cartera y camina por las puertas corredizas que dan a las afueras del restaurante, insistiendo en comunicarse con Anibal. Bah, quién la entiende.
Procedemos a pedir nuestros postres. Tiramisú, Red Velvet, Milhojas, torta de vainilla con fresas y crema...
—Hay que aprovechar el tiempo —sugirió Alica, haciendo que la miremos las tres—. ¿No ven que en lo que se enlace no habrá poder humano que le separe de él y se olvidará de nosotras?
Francine no está de acuerdo y lo hace ver negando con la cabeza. Yo soy quien lo hace audible:
—No digas tonterías.
—No las digo; cuando las gente se casa, cambia.
—Si cambia es porque quiere —dice Winnie resolutiva—. Y Ame no es otras gentes, Ali.
—Ver, para creer.
—¿A ti qué te pasa? —cuestiono. Jamás he oído a Alica decir semejante estupidez. Todas estamos de diferente humor y expectativa respeto a la boda de América, pero no hemos dudado de que sea lo correcto y que estaremos juntas siempre, tengamos el estado civil que tengamos.
Alica aparta la mirada y la fija en la mesa, rosa y con figura de distintos platos dulces populares. Francine es la que se cansa del silencio.
—Ya armaste lío, ahora hazte cargo.
Entre Winnie, Francine y yo miramos a Alica formularse una buena mentira. Le dimos tiempo para hacerlo, pero acabó soplando, enviando el flequillo de su cabello castaño rizado a un costado para que volviera a ubicarse justo encima de sus párpados.
—Estoy diciendo tonterías, ¿verdad? —dice con cierta vergüenza.
Intercambiamos miradas entre Winnie y ella decida hablar:
—¿En serio crees que América cambiará?
—Es que... yo solo... —suspira, moviendo su pelazo a un lado en actitud ansiosa—. Estoy siendo una idiota, ¿verdad?
—¿Ahora eres tonta e idiota? —pregunta Francine, apenas cambiando la expresión preocupada de su rostro—. No eres ninguna; estás tan miedosa como nosotras y es lógico.
—Yo no tengo miedo —intervengo—. Solo no acabo de cerrar mi propio ciclo con Anibal, es cosa mía.
—Yo sí tengo miedo —admite Francine—. Odio los cambios bruscos y que una de nosotras se case es un cambio monumental. Todos lo saben.
—Pero no quiere decir que no estemos contentas —agrega Winnie y nos mira de a una—. Porque estamos contentas por ella, ¿o no, tontas e idiotas?
Las cuatro hablamos a la vez, concordando a nuestra forma en que es unánime el sentir. Después de sus padres, nosotras somos las primeras interesadas en que América se sienta querida, respetada y protegida por alguien y Anibal es ese alguien.
—Por fin.
América se sienta junto a mí y Winnifer, con una sonrisa bobalicona. No pasan dos segundos en que nota el cambio de ambiente.
—¿Qué pasa?
—Estábamos hablando de lo mucho que nos contenta que te cases —dice Alica, sorprendiéndome, pero me preocupo por el color de las paredes más que por demostrarlo—. ¿Qué dijo tu Ani?
Y no hay poder humano que detenga a América desde que le das cuerda para hablar de su amor de secundaria.
A-u-xi-li-o.
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El Encanto de saber Volar
RomanceChristina Blackmore. ¿Quién es ella? Pudo decidir ir al espacio, construir casas o escribir un libro. Para ella los límites no existían respecto a sus capacidades e hizo bien en usarlas a su antojo hasta volverse quien es hoy: una buena hija y leal...