Capítulo 24: Las gracias.

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—¿Dónde está tu hermana?

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—¿Dónde está tu hermana?

—De citas.

John cree que estoy de broma. Pero no. Ojalá. Que Miramar esté de citas con un extranjero no termina de gustarme.

Alejo es quien habla, ya que nosotros estamos en silencio.

—La pobre no debe querer morir soltera.

—¿Qué hay de malo en ser soltero? —cuestiona John, el ser con mas inclinación a la vida de soltero que conozco de cerca. Le doy una mirada socarrona que me devuelve.

—Para ti nada, Johnny. ¿Que es ''tener de malo''? Una imposibilidad.

Despliego mi vista entre ellos y decido que no tengo algo para agregar. Los chismes sobre la situación civil de mi hermana, que ha sido soltera desde la memoria que tengo con ella, no me incumben lo suficiente. Sé que está mas preocupada que ilusionada por ese tal Henrie y que me he mantenido alejado para no ver de nuevo a Christina, pero si decidiera darse gusto, no tendría porque reprochárselo.

Haber venido por un rato libre de presiones con mis amigos sirve para mucho. En su mayoría estamos ocupados. John sostiene negocios como el ancla entre el corporativo de su familia en Corea con el de Madrid y su nombre no es John pero decidió cambiarlo por razones odiosas; Alejandro Madrilena tiene su propia empresa de contaduría y trabaja tanto con negocios grandes como pequeños. Y David Aguirre, el que llega siempre tarde, es un corredor de bolsa que no cree en la suerte, pero a mi parecer su trabajo tiene que ver con ella y la suya está tocada por el trébol de cuatro hojas.

—¿Dónde está el nene? —dice John calentado motores con una bebida impronunciable, ya que él fue quien la bautizó y lleva tres tipos de alcohol.

Reviso mi móvil y hay un mensaje, embustero, de David.

—Llega en veinte.

—En cuarenta, dirás.

—¿Estás refunfuñando? —pregunté con una sonrisa, señalando su bebida del infierno—. ¿Pasó algo?

—¿Y qué habría de pasar? Yo no estoy obsesionado por una niña que me dijo que no, dos veces.

—Justo en la llaga —murmura Alejo. Lo ignoro por ahora.

—Mis obsesiones y las tuyas no tienen la misma cura. Y no estoy molestándote adrede, no tengo ganas de discutir pero si me obligas... —hice un gesto simple con mi mano—, no tengo nada que perder.

—Los dientes —opina Alejo y recibe nuestras miradas, pero no le importa lo suficiente para callarse—. Trabajo con gentes que intimidan mucho mas, imbéciles.

—¿Por qué me insultas? ¿Con qué derecho? —John lo anima a tomar de su trago—. Bebe, bebe, y no te metas en los conflictos de nuestra relación infructuosa.

Me reí con mejor talante y dejé por la paz el asunto que está haciendo que John beba mas de la cuenta.

—Nunca vamos a terminar, así que puedes estar tranquilo, Alejo.

El Encanto de saber VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora