No tengo claro qué debo ver primero, si al hombre de ojos rasgados que, tras ellos, esconde secretos pero su sonrisa devela múltiples confesiones de intenciones, que quiere obligarme —o persuadirme; para mí significa lo mismo—, a beber una obra de su propia creación. No sé cuál es el afán de emborracharme, pero nadie consigue mucho de mí en un primer encuentro. Terry es testigo de ello.¿O debo ver al siguiente hombre? El de cabello largo rizado atado en una cola alta cuya barba le gana por mucho a la de Terry, y su cuerpo en una pose despreocupada se toma su tiempo para dirigir las palabras y me ha dedicado una sonrisa, una mirada profunda y otra despistada, como si con la anterior obtuvo lo que quería. No es muy expresivo. Las personas que no hablan demasiado son peligrosas, aunque él luzca como un niño bueno.
Y el tercer hombre es lo que llamarías un rostro principesco, de ángulos asimétricos exagerados que no lo puedes creer. Tuve la necesidad de estudiar su cara para darme cuenta si era verdadera o no. Ojos azules que hipnotizan, piel acanelada dándole real profundidad a los orbes y una sonrisa que marea. De todos modos, príncipe o no, tiene una muy mala costumbre: llegar tarde y poner excusas estúpidas. El propio Terry rodaba sus ojos y se hacía el mudo gracias a la molestia.
Ver a mi novio molesto es un «caso aparte». Sus expresiones cambian brutalmente. El Terry buena gente, que se ríe de nimiedades o te contempla con gusto pasa al Terious al que no le produce chiste absolutamente nada y si no sale de su molestia pronto, puede aguar la fiesta. Es lo que dice John. Yo apenas estoy conociendo esa faceta y está muy bien descrita.
—No soy de tomar mucho alcohol —dije a la quinta o sexta exigencia de que beba a nuestra salud. Sí, cómo no. Lo que quiere es embriagarme.
John, con un vaso en mano y dejando caer parte de su peso en la pierna derecha, me mira con el estudio que le harías a algo fascinante.
—¿Por qué no?
—No me parece la gran cosa. Y antes de que lo preguntes, he bebido lo suficiente para estar segura de mi decisión.
Él me observa inmutable, no devuelve el vaso cerca suyo. Le sonrío porque sé que no va a retirarse fácilmente.
—Te antepones a lo que los demás piensen de ti —es su conclusión.
—¿Me estás elogiando?
—Te estoy analizando.
—No porque ella saque menos cero en tu evaluación voy a terminar nuestra relación —dice Terry, enfriando de golpe la plática creativa entre John y yo.
—¿Y qué hay de mis exigencias para ti? Alguien de los dos debe ser el exigente.
Y así como así, Terry abandonó de a poco su ira.
Me acerqué a su oído, sabiendo bien que John es un voyeur y susurré.
—¿Ya es momento de los besos públicos?
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El Encanto de saber Volar
RomanceChristina Blackmore. ¿Quién es ella? Pudo decidir ir al espacio, construir casas o escribir un libro. Para ella los límites no existían respecto a sus capacidades e hizo bien en usarlas a su antojo hasta volverse quien es hoy: una buena hija y leal...