Capítulo 9: El tiempo como una herramienta

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William es un hombre de negocios, decía Violetta. Tú vas a continuar el legado, repetía ella. Una o dos horas después, el propio William replicaba: tu no tienes que ser una mujer de negocios. No tienes que seguir mi legado. Los oía a la perfección y estas escenas se duplicaban, es decir, ¿a quién debía prestar mi atención? ¿En quién confiar que sabría lo que es mejor para mí, mas que para sí?

No vivía en un mundo de cuentos de hadas donde al final habrá un final feliz. Desde que tengo uso de razón supe que no podría complacer a todo el mundo, y eso incluía a mis padres.

¿Qué hacer?

Me encontré. Me hallé, rodeada de formas, de opciones. ¿Cómo a alguien puede gustarle tantas cosas y que ellas sean tan distintas? Arte y matemáticas, albañilería y cocina, nada conjuga y me terminaba gustando todo, pese a ya haber decidido que haría lo que quiere mamá y lo que espera de mí, papá.

Acabé dándole gusto a ambos y a mí. Estudié Administración y Dirección de Empresas y me especialicé en el rubro que sigue mi familia desde tiempos inmemorables. A la vez, me dediqué desde muy chiquita y en mis tiempos libres a conocer otra parte de mí que también disfrutaba, tanto o mas que los legendarios negocios. Y así muchas cosas más, si me quedaba tiempo.

Porque... ¿qué es el tiempo? Yo lo defino como un número que utilizas a tu favor o no, dependiendo de tus posibilidades y la energía que le inyectes. Al haber sido una persona con ambas no tuve excusa y usé, usé, usé hasta cansarme, salvo las vacaciones que en un principio disfruté, luego tildé de frustración de mis planes y acabé volviendo a disfrutar, porque una vida llena de rigurosidades es una vida cautiva.

Mi abuela no habría querido eso para mí: que fuese prisionera de mis decisiones pese a ser muy niña para saber exactamente cuál era la correcta. Hoy por hoy no me arrepiento de nada pero, ¿y si ella tenía razón en que en mí hay complacencia hacia los otros, sobretodo a mis seres queridos?

Sin embargo aquello no me ocurre con la señora Lucas. En lo único que empatizamos es respecto a los bocadillos de pescado.

Son asquerosos.

Pero mis padres le ganan. Y no lo digo por mal; en absoluto. Tiene mas que ver con sus ideas de cómo hacer sentir bien a sus amigos, los invitados de éstos y los que esperan sean sus futuros amigos, sin ninguna conveniencia en ello.

Una parte de mí los admira por lograr evadir las incomodidades, los caprichos y el cansancio para verse, para ser buenos anfitriones. Yo luchaba con mis propias incomodidades pero no puedo ser comparada. La charla con la señora Lucas es a lo que mas puedo aspirar a servir como anfitriona.

Esto no me pasa todas las veces. De ser otra noche estaría dispuesta y contenta.

Con Alica esto sería mas llevadero. Con Winnifer y su cara de seamos políticos, me habría reído. Con Cisne sonreiría porque ella sonríe y es tan contagiosa que no quieres evitarlo. Y con Ame no tendría que fingir que ruedo los ojos; lo haría y punto, en secreto. Ninguna estaban conmigo y empiezo a entender a Alica, por muy exagerada que fuese.

—Hasta que te encuentro, querida.

<<¿Querida?>>, pensé.

Necesité esforzarme para no delatar lo que su mote cariñoso hizo conmigo. Ser Claudio y Tintín ha funcionado todos estos años, ¿ahora seremos cariñosos en público por, solo, estar en público?

Las manos de Henrie se deslizaron, una por mi espalda alta, rumbo a mi cintura y la restante sostuvo mi hombro, que chocó con su pecho, el cual se elevó y contrajo en una respiración medianamente casual. La señora Lucas nos miró con asombro; no lo disimuló y me calló tan bien su naturalidad que me apoyé en Claudio y sonreí.

El Encanto de saber VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora