No recordaba sentir este tipo de vergüenza antes.
¿Qué fue lo que pasó en mis propias narices? ¿Desde cuándo mis padres daban estelas de un clasismo del que nunca ostentaron frente a mí? Creí saber de qué pata cojeamos. Unos somos mejores que otros y puedo convivir sabiendo a qué amoldarme, pero no que me aten voluntariamente a una vida miserable, llena de egoísmo en que encubramos nuestros errores hechos a consciencia con obras de buena caridad. No somos de la realeza en que es importante que no mezclemos nuestra sangre con bastardos.
Y si llego a enterarme de que he estado errado toda mi vida no me va a tentar el brazo o la conciencia para desaparecer.
Mi hermana se encontraba en el apartamento que compartimos. A una hora de camino devolvió una de mis muchas llamadas y prometió que nos esperaría despierta. Era casi la medianoche cuando llegamos. Chris se desprendió del abrigo y las botas, paseando descalza hasta sentarse en uno de mis sofás. Pude haberlo disfrutado, el observarla, pero Mima se apareció y tomó asiento en la orilla del mismo sofá.
—Eres tonto, Terry —había dicho Mar en cuanto le contamos lo que sucedió—. Tus papás siempre han sido así. Lamento mucho que Malena me mal interpretara. Chris —dirigió a mi novia con mucha pena, que nos miraba con peculiaridad—, de mis labios jamás salió lo que insinuaron.
—Es que no fue una insinuación.
—Lo sé y no sabes la pena que me da. Tu eres quien eres y no tienen que tratarte como menos porque no cumples con sus estándares. Yo no lo hago y no pienso morir de angustia; el tiempo es muy corto para preocuparme por lo que crean de mí los que me abandonaron.
Chris se impresionó, pero no dijo algo al respecto. En cambio, se dirigió a nuestro tema a tratar.
—No sé cómo debemos abordar esto, chicos.
—Tu no —dejo en claro—. Ya lo haré yo.
—Yo también —arguyó Mima—. ¿Por qué echar a Chris? Bien pudieron hablar contigo sobre sus inquietudes. Lo que pasó es que hay mucha soberbia en esas cabezotas, pero no se preocupen, tengo un remedio espléndido para bajarlos de su nube vanidosa. Si Chris es una bailarina que se gana la vida en las calles con propinas no es asunto suyo y se los haré entender.
—No deben tomarse tantas molestias —dijo Christina—. Que piensen lo que gusten.
—Dejar que crean lo que quieran no es la solución.
—No tengo ganas de discutir, Miramar.
—No vas a hacerlo tu, corazón —dijo con mimo, cosa que mi hermana hace poco y es lo que lo hace preciado—. Si esto empezó por mí, acabará conmigo. —Se puso en pie frente a nosotros—. Volveré mañana.
—Es tarde —digo en un acto iluso porque haga caso por una vez y no cometa imprudencias.
—Sé qué hora es, Terroncito.
ESTÁS LEYENDO
El Encanto de saber Volar
RomanceChristina Blackmore. ¿Quién es ella? Pudo decidir ir al espacio, construir casas o escribir un libro. Para ella los límites no existían respecto a sus capacidades e hizo bien en usarlas a su antojo hasta volverse quien es hoy: una buena hija y leal...