Sostenía un ramo de tulipanes queriendo tirarlos a la basura o en su defecto destruirlas con mis propias manos. Con esta molestia que tengo podría llegar a odiar las flores para siempre.
Parece que no importa la sensación que me queda al terminar y recibir los aplausos. No importa qué tan feliz esté conmigo misma, con mis compañeros y con las oportunidades, acabo justo donde olvidé que estaba: en un continúo trato por llegar a abarcar todo aquello para lo que fui destinada en lo que mi mamá dio a luz a una niña. A mí.
¿No merezco consideración? ¿Acaso no fui lo suficientemente buena en lo que se me impuso, sin quejarme? Sé que sí; lo sé, pero me cuesta entender que mi mamá no lo comprenda, no actúe sabiendo que no voy a ceder. ¿Para qué me entrega flores si sabe que no me gustan, ignorando una vez mas lo que siento, lo que quiero?
—¡Christina! —gritaron tras mi espalda.
—¡No quiero hablar contigo! —respondí en la misma tónica.
Y si no he cubierto el límite de mi paciencia y de lo que creí soportar porque he sido muy buena cubriéndolo con esta gira, viene ella, viene mi madre a hacer su aparición triunfal como la abnegada María Teresa de Calcuta que también es Maria Magdalena, llorando y sintiéndose orgullosa de Christina Blackmore, la que podría ser La Primera bailarina mas joven cuyo origen no es asiático o europeo en muchos años.
Sigo escuchando mi nombre y no puedo rechazar los recuerdos que acuden. Me siento como una niña. La niña que busca constantemente la atención de su madre concentrada en halagar a los demás.
Pero no soy una niña y volver el tiempo atrás no está en mis planes.
Me detengo un momento.
Y comencé a reír.
Miro el cielo, con pocas estrellas pero despejado, sin nubes visibles. Es el mismo cielo que en mi casa y a su vez no es el mismo. No entiendo lo que hablan los que pasa a mi lado. La vida nocturna no es indiferente para mí pero está alejada de mi rutina. Siempre bailando, siempre estudiando, apenas fijando la vista en otra cosa y si lo hacía procuraba disfrutarlo por completo. Mis amigas le darían el toque especial para alejar la tristeza y melancolía.
—Me hacen falta —susurré.
Giré para asegurarme de seguir siendo perseguida y no vi rostros conocidos.
Bueno, no uno que viera a menudo pero sí uno conocido. Últimamente pienso mucho en él.
—Esto podría considerarse acoso, Terry.
Él mete las manos en los bolsillos de su chaqueta y encoge sus hombros.
—No cuenta cuando te busqué en tu hotel y te vi salir. Seguirte era lo mínimo para preservar tu seguridad.
—Ja, mi seguridad —me burlé con una sonrisa que cree poco y supone mucho—. Invéntese una mejor, señor Burgeos.
Su desconcierto no provocó nada en mí salvo curiosidad.
—Estoy preocupado por ti.
Pasé mis manos por mi cabello, sintiendo cómo mucho de él se soltó de la coleta. Terminé de dejarlo libre y froté mi cuello.
—Yo también.
—Somos dos preocupados —reflexionó.
Me entró la risa loca y me tuve que sostener del estómago, mirándole entre mis ojos con una diferencia abismal de la última vez que nos vimos.
—Eres tierno —manifesté y di un paso al frente, decidida en lo que diría—. Necesito que me digas porque me sigues buscando, con claridad, Terry. No quiero ni soportaría ahora mismo medias tintas.
![](https://img.wattpad.com/cover/292371527-288-k537238.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El Encanto de saber Volar
RomanceChristina Blackmore. ¿Quién es ella? Pudo decidir ir al espacio, construir casas o escribir un libro. Para ella los límites no existían respecto a sus capacidades e hizo bien en usarlas a su antojo hasta volverse quien es hoy: una buena hija y leal...