2. Orgullo

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El letal sol del verano Mediterráneo perla la piel de todos aquellos que entrenan en la arena.

Las gotas de sudor resbalan por las sienes de aquel que goza de mejor posición para apreciar los entrenamientos. Un frondoso árbol cuidadosamente elegido, suficientemente alejado, ofrece el palco de honor para tal diario espectáculo. Las sombras que proyectan sus hojas son irónicamente agradables, reconfortantes.

Cómplices.

Entre la protección de las ramas no hay movimiento, técnica ni explosión de cosmos que escape de su minuciosa observación. Su respiración se presenta costosa y cargada contra su propio rostro, y el sudor se funde con el cuero que cubre su piel, despertándole la necesidad de librarse de su condena en la intimidad de las sombras que protegen a una sombra mayor. Los dedos viajan entre sus húmedas hebras de cabello azul y buscan asirse a las hebillas que amarran su humillación, pero la visión de un nuevo elemento en el coliseo le detiene.

Él.

El niño rubio. El recién llegado. El solitario y silencioso. Vestido con ropas extrañas, inmiscuído en medio de todos sus compañeros luciendo un cuerpo al que le falta mucho por desarrollar... Funesta colección de detalles que le presentan frágil. Quebradizo.

Nadie le ha escuchado la voz aún. Muchos dudan que tenga.

"Es ciego, ¡pues también puede ser mudo!"

Aspros parece haberla tomado con el muchacho e, inexplicablemente, esto a él le molesta. Y mucho.

Ése debe ser su primer entrenamiento colectivo. Irremediablemente se convierte en su segundo asalto de burlas, y Aspros es su reincidente instigador.

"¿Por qué, Aspros? Deberías ayudarle... Como uno de los mayores, deberías guiarle... Solamente te ríes...¿por qué?"

Primero es un empujón. Un paso atrás...un retroceso... Otro empujón, secundado con más bochornosas risas.

Algunas voces intentan detener la escena. Pero no son escuchadas por aquellos que desean una tarde de diversión. Y su propia voz, ahogada, no puede reprimir una profunda queja proferida en la cuidada y protegida distancia.

"No te reconozco, hermano... Detente..."

Manigoldo y Kardia se unen a la nueva distracción, y las manos que empujan su huesudo cuerpo ya no dan tregua a sus aún asustados sentidos.

Una palma posada en su pecho profiere una fuerza excesiva. La arena del coliseo recibe árida su cuerpo.

Las carcajadas se presentan estridentes. Nocivas. Incitadoras de un despreciado despertar.

El cosmos de Virgo empieza a arder. Intenso. Controlado.

Sorprendentemente poderoso.

Y las risas callan.

Todas enmudecen al mismo tiempo que una oculta sonrisa de satisfacción se dibuja en un rostro maldito.

Las facciones fruncidas del niño alejan a los compañeros convertidos en buitres. Su cosmos sigue ardiendo a su alrededor y una mano solidaria, ofrecida para alzarlo de las bajezas de la arena, es rechazada de un tirón.

El pequeño cuerpo se alza en soledad y emprende su marcha, más segura que días antes, hacia su nuevo hogar.

Su voz sigue siendo desconocida. Pero en la protección de un árbol otra voz acallada por el Santuario se atreve a hablar por él.

"Tienes orgullo...

Te respetas a ti mismo... Te valoras en tu propia soledad..."

La sonrisa de ajena satisfacción pronto se borra.

Desaparece.

Y se transforma en una mueca de tristeza bajo el húmedo cuero que acaricia su rostro.

"Te envidio."

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