6. Herir

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He asumido que mi soledad va a estar acompañada.

Tú te empeñas en ello.

Y me gusta.

Has hecho del Sexto Templo tu refugio. Tu nuevo lugar para esconderte. Para seguir alimentando tu maldición.

Sabes que aquí nadie acudirá a tentar el secreto que oculta tu condena. Y por esa misma razón, me disgustas. Aquí puedes ser libre. Aún así, decides seguir permitiendo que una aberración te denigre.

Nadie hasta ahora lo había conseguido. Tú has sido el primero, Defteros...Sembraste en mí una duda frente a una afirmación que siempre había creído inquebrantable.

El destino se debe aceptar...¿Hasta qué punto?

Una humillación, nunca.

Y no lo tolero más.

- Defteros...

Siento que tu corazón se desboca cada vez que pronuncio tu nombre, aunque como haces con todo lo que te concierne, lo ocultas.

- La máscara...quítatela.

Los latidos que retumban en tu pecho se vuelven aún más veloces. Como ya me has acostumbrado, me ofreces tu silencio como respuesta. Y como siempre, me obligas a insistir.

- Deft_

- No puedo.

Una rápida contestación con tintes de impotencia. Una afirmación en la que te escudas para no mostrar un valor que este lugar te está robando sin razón.

- No quieres.

Una profunda inspiración me indica que mi réplica te ha contrariado. Y como esperaba, no me defraudas con uno de tus contraataques verbales, ésos que emergen cada vez que mis palabras no te gustan.

- Abre los ojos.

Ahora soy yo el que me otorgo unos segundos de silencio y reflexión ante tu orden. Buscas una excusa para seguir protegiéndote.

- Que abra mis párpados no cambia nada en mí.

- Que me quite la máscara tampoco en mí.

Mientes. Te mientes. Y me mientes.

Y lo sabes.

No me gustan las mentiras. Menos las que sirven como amparo de la cómoda debilidad.

Y me enojo. Porque tú no eres débil. Y no deben conseguir que acabes asumiendo una realidad que te deshonra.

- Defteros...quítate la máscara.

- ¡Tú no eres nadie para decidir ésto!

Te enfadas. Y la bravura que refrenas busca alguna pequeña brecha para escapar. Pero tú las sellas todas en el mismo momento que amenazan con rasgar la coraza de tu absurda abnegación.

Lo siento, pero no me das otra opción. Hoy te voy a herir...

- En mi casa, sí.

Callas otra vez. Te repliegas sobre ti mismo y admites en silencio que no tienes razones que respalden tu negación. No aquí.

Creo que vas a huir, como también me has acostumbrado cada vez que mis palabras no te gustan.

Espero tu huída con resignación. Pero en vez de eso, me ofreces un doloroso lamento que justifica una inexistente y burda excusa.

- Asmita...no puedo...

Percibo tu dolor, impotencia y frustración. Y me exaspera la omisión de tu propio valor.

Perdóname, Defteros. Hoy te debo herir...

- Entonces vete... Lárgate de Virgo. Y no vuelvas más.

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