3. Mandarina

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Te oigo.

Has entrado sigilosamente en el templo, pero no lo suficiente. Sé que tus pasos se han detenido a una distancia que crees prudencial. Segura.

Pero te oigo.

Y te huelo.

Tu respiración se percibe extraña, y el olor que te acompaña es fruto de una mezcolanza de polvo, sudor y sangre. Aromas de esfuerzo. Aromas de entrega. Porque tú también entrenas, pero lejos de aquí. Y solo.

¿Por qué?

El cosmos que tan toscamente luchas para ocultar es simplemente abrumador. Y confuso. La energía que con tanto celo enclaustras dentro de ti es idéntica a la del Caballero al que nombran Aspros. Pero no eres él. Te falta algo para ser él... Algo que a él le sobra.

Tú no conoces la soberbia.

Te mueves como un felino y me pregunto qué te ha traído hasta aquí. ¿Por qué la inspección a la que me sometes no es hostil?

¿Quién eres?

Por tu cosmos lo puedo deducir, pero hay algo que no consigo comprender.

Con calma abandono mi posición de loto, me alzo y ando hacia la mesa donde esta mañana alguien dejó una frutera llena. Un repentino estremecimiento de la atmósfera me dice que tus sentidos se han erguido en extrema alerta.

¿Me temes?

No...no creo que me temas a mí...

Mi mano alcanza una fruta pequeña, redonda, y me la acerco a la nariz. El aroma dulzón que desprende indica que está madura, en su punto para ser comida. Mis pies descalzos se empeñan en acercarme hacia el rincón que has elegido como escondite, y a cada paso avanzado tu respiración se altera más. Quieres huir, pero no puedes.

En mi cabeza intento formar unas palabras que aún no estoy seguro de cómo pronunciar. Pero sé que tú no te vas a reír por ello...

- ¿Te apetece una mandarina, Géminis?

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No sé qué hago aquí. Me maldigo a mí mismo por haberme permitido el atrevimiento de invadir un templo que no me pertenece. En realidad ninguno de ellos me pertenece, pero este es tu hogar.

Es sobrio, oscuro y solitario, pero parece que nada de esto te importe.

Tu aspecto es sereno. Pese a las burlas de tus compañeros, pese a la soledad que te envuelve te ves sereno. Y no comprendo por qué.

Eres extraño...

Y poderoso. 

Noté tu cosmos en la arena. Envidié el orgullo que te defendió cuando casi todos los caballeros y aspirantes la tomaron contigo. Sí, te envidié...

Y sigo sin saber qué hago aquí.

Parece que no has notado mi presencia. Hace años que soy experto en el dominio de las sombras. Pero tu también. Yo soy una sombra, y tú...tú vives en ellas.

Pero parece que tampoco te importa.

¿Cómo lo haces? ¿Cómo lo consigues?

¿Quién eres?

Sé que estás destinado a servir a Virgo, mi hermano no se cansa de poner en duda tal decisión, pero más allá de ésto...¿quién eres?

Inesperadamente te mueves. Te alzas y andas con calma, pero con decisión, hacia una mesa.

Y yo me asusto, y me maldigo de nuevo temiendo haber sido descubierto. Pero tú solamente tomas una mandarina y la hueles...Un imperceptible hoyuelo se forma en tu mejilla, y estúpidamente me pregunto si serás consciente que tu rostro luce este tonto detalle que me ha robado la atención. 

Creo que te la vas a comer, pero mi respiración se desboca cuando te vuelves hacia el oculto rincón que creía perfecto y te acercas sin ningún atisbo de duda.

Me siento vencido. Descubierto. Y con la urgente e imperiosa necesidad de desaparecer eliminada con tu estudiada cercanía.

Intento no respirar, no proferir ningún ruido ni movimiento que me delate aún más, rezando para que tu aproximación haya sido sólo una maldita casualidad.

Y entonces me hablas...

"¿Te apetece una mandarina, Géminis? "

Géminis...

La sangre se me hiela. El corazón parece estallar en mi pecho y mi propia descontrolada respiración me ahoga.

No...ése no soy yo, te confundes, y yo...

Yo huyo.

No te puedo responder.

Simplemente no puedo.

Si lo hago empiezo a existir, aunque sólo sea ante ti.

Y yo no debo existir...

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