12. Allanamiento

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No sé qué pretendes Asmita. Pero no me gusta tu presencia aquí.

No es prudente. Estás tentando el peligro.

Y me estás tentando a mí.

Aspros no está. Me ha dicho que pasaría todo el día fuera con Hasgard. No están en ninguna misión. Lo sé porque se ha dejado su armadura aquí.

Y maldigo el momento en que te he hecho partícipe de tan insustancial información.

Has insistido en entrar al Tercer Templo, y hemos llegado a él recorriendo los ocultos senderos que sólo yo pretendo conocer.

- Tócala.

Que la toque dices...¿pero no eres consciente de hasta qué punto está llegando tu atrevimiento hoy? No puedo tocarla. Ni tan sólo rozarla. No me pertenece.

- No.

La armadura de Géminis está ensamblada en su posición de tótem. Nos mira en la escasa distancia que tú has interpuesto entre ella y nosotros.

- Tócala, Defteros...

- No puedo, Asmita.

Frunces tu entrecejo y vuelves tu rostro hacia mí con expresión contrariada.

- No quieres.

- Larguémonos de aquí, Asmita. ¿Y si Aspros regresa y nos descubre?

- Esto no pasará. Y si vuelve le sentiremos llegar.

Tienes razón, pero no puedo hacer lo que me pides. Simplemente no debo. La incomodidad que genera tu presencia en las privacidades de mi hermano me angustia. Y la intención de tu visita me abruma. ¿No te das cuenta? Si ni siquiera puedo mirarla... Ella esconde demasiadas contradicciones dentro de su poder. Ella ha cambiado a mi hermano... Aún así encierra la promesa que él se ha propuesto cumplir.

- No lo voy a hacer, por mucho que te empeñes.

Me mantengo firme ante mi decisión, pero tú pareces no aceptarla, como así lo muestra el bufido que sueltas sin darte cuenta.

Ignorando mi disconformidad avanzas hacia ella, y eres tú el que extiende tus brazos tentándola. Rozándola delicadamente con el experto tacto de tus dedos. Delineándole sutilmente una forma que mis ojos conocen de memoria pero que mis manos rehúsan de aprehender.

- Tiene dos rostros...

Lo afirmas sabiendo que ése es un detalle que yo ya sé.

- Uno sonríe... El otro parece afligido.

También lo sé.

Te tomas un tiempo que a mí me parece excesivo para seguir acariciándola con atención, reconociendo con las yemas de tus dedos cada arista, cada forma de las hombreras y del imponente pecho. Y allí te detienes, replegando tus brazos a los lados de tu cuerpo, cerrando las manos en puño levemente. Extendiendo los dedos de nuevo como si dejaras deslizar el calor que otro oro camarada te ha ofrecido en reconocimiento de vuestro mutuo poder.

Sin darme cuenta, me he dejado vencer por la gravedad. Me descubro sentado en el frío mármol con mi espalda recargada contra la columna más cercana, observando la profanación de la propiedad de Aspros.

Con determinación te giras y andas hacia mí, buscando mi mano, amarrándola con fuerza y tirando de ella para obligarme a ponerme en pie. Es evidente que ya no temes el contacto. No al menos el contacto hacia mí, como así lo demuestra el firme afianzamiento al que me sometes mientras me arrastras hacia dónde no deseo ir.

Y allí está. El oro de Géminis. El oro de Aspros. El oro que nunca ha sido destinado para mí.

- Tócala.

Insistes de nuevo, y haces fuerza intentando llevar mi mano hacia uno de los rostros del imponente casco.

Yo te respondo con la misma fuerza, neutralizando cualquier intento de movimiento. Dejando nuestra posición en tablas momentáneas.

- ¿De qué tienes miedo?

- Aspros puede venir...

- No es eso de lo que te proteges.

Intento zafarme de tu agarre, pero te muestras tozudo en tu intención de no soltarme, demostrándome que tu aparente fragilidad física es sólo eso: una apariencia.

- No me protejo de nada. Es sólo que no debo...

Te enfureces. Lo haces. Dejas a un lado tu temple y enciendes tu cosmos, tomándome por sorpresa y traicionando mi confianza hacia ti.

Y lo consigues. 

Posas mi mano sobre el rostro apagado del casco, pero no la sueltas. Mantienes la tuya apretada sobre la mía, evitando mis intentos desesperados de retirar mi tacto de un fulgor que empieza a quemar dentro de mí.

- Siéntela, Defteros...

Tu voz es firme, pero suave al mismo tiempo. Balsámica. Y contradictoriamente autoritaria.

Maldita sea, Asmita...no hace falta que la toque para sentirla. Llevo sintiéndola desde el día que Aspros y yo entramos aquí. Y hasta este caprichoso momento era sólo era eso. Una sensación.

Y tú...tú has tenido que hacerla real.

Una vez más intento apartar mi mano de ese fuego invisible que me abrasa el alma, pero tú insistes insanamente en mantener mi mano allí.

- Tú la niegas, Defteros. En cambio ella...ella te reconoce. Y no se esconde de ello, porque Géminis es dual...y este rostro...

...este rostro lleva tu nombre.

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