5. Destino

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- Defteros...

El joven Virgo lo ha sentido entrar. Hacía días que el dueño de esa misteriosa voz al fin conocida no acudía a la Sexta Casa. Pero ahora ha vuelto. Y con una sorprendente respuesta. Ratificada ante el silencio del joven y exótico rubio.

- Mi nombre es Defteros.

La presencia está detenida a unos escasos metros de él, y con calma deja los cubiertos sobre la mesa y se olvida de su obligación de alimentarse para volver su rostro hacia el visitante. La voz que se ha decidido a hablar continúa percibiéndose ahogada, tanto como la respiración del acostumbrado intruso.

- Y no soy Géminis. No debes llamarme así.

- Tu cosmos me dice lo contrario.

- Mi cosmos no existe. Géminis es Aspros.

Defteros sigue en pie y nerviosamente desliza su mirada de aquí para allá, sin rumbo ni sentido, al tiempo que sus puños se cierran y se relajan repetidamente a los costados de su cuerpo.

Y sigue sin saber qué hace de nuevo allí. 

Sólo asume que está. Que una fuerza invisible le empuja a buscarle a él. Al único con el que puede existir, y con el que ahora puede hablar. Porque Aspros cada día se aleja más.

Asmita calla. Escucha en silencio. Le regala la libertad de hacer lo que quiera. Y Defteros se siente inexplicablemente lanzado.

- Aspros es mi hermano mayor.

- ¿Mucho más mayor?

Al fin el joven indio rompe su mutismo, y Defteros siente una extraña y reconfortante sensación. Siente que alguien le ve. Aunque su mirada esté velada.

- Siete minutos...

- Sois gemelos.

Defteros asiente en silencio, olvidándose que Asmita no puede observar su gesto de afirmación.

- ¿Por qué Aspros viste el oro y tú no?

- ¿Y tú por qué no te relacionas con nadie?

Un contraataque necesario para alejar las siempre punzantes cuestiones del más joven.

- No es mi obligación.

- No todos los chicos se burlan de ti... Albafica no lo hace, y siempre está solo. Como tú. Como yo...

- Su poder le condena a la soledad. Y lo acepta. Es su destino.

- El muchacho de Acuario tampoco se ríe. Y Sísifo te intentó ayudar a alzarte de la arena el día que mi hermano la tomó contigo...

- Yo no le pedí ayuda. No necesito su compasión.

- No era compasión... Sísifo es noble. Tiene buen corazón.

- No me importa.

- Eres arisco.

- Mi destino no es hacer amigos. Sólo servir a Virgo. Y lo acepto.

Ambos callan. Ambos mantienen sus posiciones. Ambos presienten la tensión de un pulso dialéctico inesperado para los dos.

- Algo deforma tu voz.

- Esto no te incumbe.

- Te autodenominas sombra. Y no me gusta...

- Es lo que soy.

- Puedes elegir ser luz.

- No. La luz pertenece a Aspros.

- ¿Por qué?

El arrepentimiento vuelve a nacer dentro de Defteros. El arrepentimiento de internarse allí, y de dejarse sucumbir a las afiladas palabras del último llegado.

Asmita pregunta. Y pregunta demasiado.

Asmita emite sentencias. Escuetas y duras. Directas. Y parece estar por encima de la frialdad con la que las acompaña.

Y esto a Defteros le molesta, pero al mismo tiempo le fascina.

El muchacho es fuerte. Se sabe fuerte. Y este conocimiento lo presenta distante. E irónicamente cercano.

Asmita es, simple y llanamente, una sublime contradicción.

Defteros sigue exhibiendo su mutismo ante la última pregunta del muchacho. Pero Asmita insiste.

- ¿Por qué eliges las sombras?

- No las elijo. Las estrellas lo hicieron por mí.

- ¿Qué deforma tu voz?

Defteros frunce su ceño, aprieta los puños hasta doler y vuelca su mirada al suelo. Esa pregunta le hace sentir vencido. Parece que Asmita goce con el aroma a derrota que exhala toda su alma y, de nuevo, insiste. Con un cambio. Con una proximidad inesperada. Pronunciando una palabra...un nombre...

Haciéndole existir.

- Defteros...¿qué deforma tu voz?

Su estómago se contrae. Y no sabe si es de miedo o emoción. Pero dolorosamente se contrae al escuchar su nombre ser pronunciado por una voz que no es la de Aspros.

Y, como siempre ante ese muchacho, se rinde. Sus músculos se desperezan y la urgencia de huir vuelve a nacer dentro de él.

Pero no huye.

Inexplicablemente encauza sus ansias de escapar hacia otro camino y, casi sin pensar, se halla agarrando las frágiles muñecas de Asmita y llevándolas directamente sobre el bozal que oculta su rostro. El corazón late con extrema violencia, y todos los temores y sentimientos contenidos en ese acto se materializan en el temblor de los dedos que mantienen las manos de Asmita sobre el cuero de su máscara.

El joven rubio palpa la inesperada textura con extrañeza y cierta repugnancia, no hallando bajo sus yemas el tacto de una suave y tibia piel, sino la superfície áspera y húmeda de una ultrajante humillación.

- Ésto deforma mi voz.

Los dedos de Asmita se visten con temblor, y rápidamente aparta sus manos como si éstas se hubieran quemado con un fuego invisible y abrasador.

- ¿Por qué?

El tono de Virgo ha cambiado. Ahora no luce distancia o frialdad. Ahora sólo destila rechazo e incomprensión.

- Es mi destino, y lo acepto.

La repetición de unas palabras previamente pronunciadas. Y aceptadas.

Y el nacimiento de la primera duda en un joven corazón.

El destino debe aceptarse...

¿Incluso en la humillación?

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