18. Promesa II

131 24 5
                                    

Te pedí que huyeras. Que te fueras de este lugar. Me rogaste entre lágrimas que me uniera a ti en tu abandono.

Yo me negué.

Y tú te quedaste.

Has estado días evitando merodear el Sexto Templo. Has entrenado alejado del Santuario. Sé que lo has hecho. Y al fin has vuelto.

No has dicho ni una palabra sobre el último momento que compartimos. Has procurado que no exista.

Solamente has entrado, te has sentado junto a mí y has agarrado uno de los libros de Dégel, como burda excusa para acercarte y saciar tu dosis de clandestina existencia.

Lees. Lees atropelladamente palabras que no comprendes. No porque no seas capaz. Sino porque tu mente vaga muy lejos de las palabras que se muestran sólo ante ti. Y yo tampoco oigo tus palabras. Sólo escucho el dolor que ya es inherente en tu voz.

Permanezco en silencio. Te brindo mi compañía, pero no comparto tu decisión de seguir aquí. Y tú lo notas. Hace tiempo que estás aprendiendo a descifrar el arte de la percepción.

Cierras el libro y noto que lo dejas a un lado y hablas...

Me hablas. 

Respondes a mi propuesta sin siquiera haberla formulada de nuevo.

- No puedo irme... Ésto pronto acabará. Aspros me lo ha prometido. Debo confiar en él...

Me lo dices ansiando creer tus propias palabras. Pero sin ser capaz de poder ocultar un pequeño atisbo de duda en tu voz.

- ¿Cuánto hace que dura esta promesa, Defteros?

- ¿Y tú cuánto hace que llegaste y que sigues refugiándote en tu indiferencia hacia todo y todos?

Lo sabía. Sabía que te enojarías y que me responderías con otra pregunta. Como haces siempre que no tienes una buena respuesta que ofrecer.

- Yo no dependo de las promesas de nadie para ser quien soy.

- ¿Y quién eres en realidad? Nadie te conoce...nadie confía en ti. Y tú te empeñas en que sea así.

Estás enfadado. Lo sigues estando y no lo puedes disimular. Aún así no te vas. No te respondo enseguida y me tomo un tiempo para valorar la explicación más razonable y coherente para que puedas comprender mi posición, pero decides seguir con tu personal ataque contra mí.

- No eres afín a las creencias de este lugar, y aún así tampoco te vas. Todo en ti muestra confusión. Dudas incluso que la muchacha que ha sido designada como la reencarnación de la diosa Athena, justamente a la que se supone que sirves, sea capaz. La has definido como "tonta y estúpida"...

- Lo es.

- ¡No lo puedes saber! ¡Es sólo una niña! La he visto, Asmita...es una niña asustada y confundida.

- ¿Necesitas más razones de las que tú mismo das para no ver que Athena es una diosa "tonta y estúpida"?

- La juzgas con demasiada severidad. Dicen que aún debe despertar la divinidad en su interior...

- Por esa misma razón me reafirmo. ¿Cómo una divinidad decide reencarnarse en un cuerpo débil y lleno de dudas que no evita el sufrimiento y el dolor? ¿Cómo puede semejante divinidad mostrar fortaleza de corazón y guiar a un ejército hacia la defensa de su misión? Un corazón con dudas es un corazón quebradizo, Defteros...

Callas y sueltas un resoplido de disconformidad. Hoy tu alma desborda dudas. La promesa que te ata a este lugar te oprime, y tu corazón se presenta frágil.

Necesitas hallar otra fragilidad que te acompañe, que alivie tu dolor, que lo haga comprensible y aceptable. Y por esto defiendes a la recién llegada Sasha. Buscas hallar en esa niña un espejo donde ver reflejado tu sufrimiento y otorgarle un sentido.

Pero tu sufrimiento no tiene sentido.

Lo hubieras podido evitar. Rebelarte contra él. Dejarlo atrás.

- Defteros...un corazón frágil es un corazón perdedor, engranaje de un alma débil abocada al fracaso y a la inexistencia.

Lo digo con toda la intención de herirte una vez más. De hacerte reflexionar. De despertar la rabia que te libere de este injusto lugar.

Siento que aprietas tu mandíbula con una pequeña muestra de la rabia con la que desearía verte brillar, y percibo que me miras con dolor.

- El oro también te está cambiando...

Te alzas y vuelves a vestirte con tu humillación. Con una destreza que asusta. Con la misma naturalidad que un león come de la mano de su domador.

Y te vas.

No sé cuándo volverás.

Sólo sé que mientras viva esta promesa en tu corazón, no existirás.

MomentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora