17. Rodorio II

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Me arrinconas contra un árbol, torpemente, sin delicadeza.

Su áspero tacto se clava en mi espalda. Tu áspero tacto se posa en mi rostro.

No hablas. No hablo. Sólo nuestras respiraciones, aceleradas y confundidas, son audibles aquí.

Nunca antes me habías rozado el rostro, y mi razón me insta a que rehúse tu gesto. Pero mis sentidos lo gozan. Mi alma lo goza e inexplicablemente empieza a temer. Algo está cambiando en la atmósfera... Algo está cambiando en ti.

No sé qué pretendo manteniéndote así, sin escapatoria, preso entre un maldito árbol y mi sinrazón. Podrías escapar, tienes la fuerza suficiente para hacerlo, pero permaneces quieto. Deseo apoderarme de tu temple, despojarte de tu distancia e indiferencia hacia lo más banal. Deseo hacerte vivir, y que lo hagas junto a mí.

Me rindo...

Cedo a la necesidad de tocar tu piel. Me permito el atrevimiento de conocer tu rostro de la misma forma en que tú ves todo lo que te rodea. Incluso cierro mis ojos al hacerlo y sí...se siente todo más intenso. Tan intenso que no puedo evitar el temblor que empieza a recorrer mis toscos dedos, borrando cualquier rastro de mi primera intención, ofreciéndome solamente la necesidad de sentirme próximo a ti y la urgencia de no mancillarte con mi burda estupidez.

Tu peligrosa cercanía me brinda tu inconfundible aroma. Ese que desde hace cuatro años yace en tu rincón del Sexto Templo. Una mezcolanza de polvo, sudor y sangre.

Aromas a esfuerzo. Aromas de entrega. Aromas que luchan para borrar el hedor de la humillación y la soledad de las que te prohíben escapar.

El temblor de tus dedos sobre mi piel se presenta impertinente, tornando tu tacto indeciso y temeroso.

Sigues inmóvil, e inspiro profundamente llenándome de la exótica fragancia que siempre te acompaña. Una fragancia a inciensos, a pureza... La misma fragancia que desprendería un ser inalcanzable, divino... La única fragancia que puede emanar de aquél al que sarcásticamente empiezan a comparar con dios...

El áspero tacto con el que has reconocido mi rostro se aleja de él y, nerviosamente, desciende por mis brazos hasta tomar mis manos y alzarlas hacia un nuevo destino que se presenta cruel.

Sin saber por qué mis manos buscan  las tuyas, hallándolas dóciles. Las toman descaro... laa sienten, y las acompañan a mi propio rostro.

Tus dedos se estremecen al acariciar mi faz maldita, pero yo insisto en que las mantengas ahí. Ignoro por qué, pero necesito que me veas como sólo tú sabes ver...

Siento las heridas de tu condena impresas en tu piel, los raspones que duermen en tus mejillas, los arañazos que cubren tu nariz... Me haces partícipe de las cicatrices abiertas fruto de la cruel humillación que el Santuario sigue infligiendo sobre ti.

Y me hiere conocerte así.

Tu ceño se frunce en señal de disgusto ante lo que tus dedos están viendo, pero sigo sin saber por qué necesito que lo veas, sintiendo que es insuficiente. También necesito que tus ojos lo miren...

Sé que no será así, pero ansío desesperadamente verme reflejado en una mentira que por unos instantes me haga sentir real. Necesito que tus ojos me miren, aunque no me puedan ver.

- Abre los ojos...

¿Por qué Defteros? ¿Por qué me lo pides otra vez?

- No hallarás nada en ellos...

Te niegas, y me entristece que no quieras regalarme algo tan insignificante como la pequeña mentira que ya no sé cómo mendigar.

- Por favor, déjame verlos, déjame existir, aunque solamente sea en el reflejo de su color...

- Defteros... Tú siempre has existido... Te toco. Te siento. Te respiro...

Mis manos siguen en tu rostro. Las tuyas privan que huyan de allí. Y la repentina humedad que llega a ellas me indica que algo dentro de ti se ha roto.

Estás llorando. En silencio. En las sombras de la oscuridad que te ampara.

Y duele sentirte así, frágil y quebrado.

Acaricio tus mejillas con mis pulgares y tus manos se deslizan hasta mis muñecas, decidiendo reposar allí. Me pides un gesto con el que deseas poder aliviar tu dolor. Tus lágrimas claman por él, pero no hallarás nada en mi oculto color.

No sé cómo he acabado así...

Esta no era mi intención pero, como siempre, algo divino en ti me desarma y me vence, haciéndote parecer intocable y puro.

Tu pureza duele, y yo ¿qué soy? No soy más que una sucia sombra que se arrastra tras la estela de una promesa cada día más borrosa.

Hoy mi condena se siente lacerante. Mis frívolas pretensiones contigo me hieren más a mí que a ti. Estúpidametne estoy llorando... Me avergüenza hacerte cómplice de un momento así, pero inesperadamente me acaricias con una dulzura desconocida y reconfortante.

Me hablas de nuevo, y ahora hay un sincero ruego en tu voz.

- Defteros... Vete. Márchate. Huye lejos del Santuario y vive... Vive y existe lejos de aquí...

Y una absurda esperanza emerge de mis labios descubiertos.

- Asmita...solo...solo no puedo. Únicamente podré si te unes a mí.

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