35. Hasta luego II

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Te vas...y lo haces con la misma serenidad con la que llegaste cuando todavía eras un niño, años atrás.

Te vas...y lo haces solo.

Nada ha podido cambiar tu determinación. Nada. Ni siquiera yo.

Dices que no necesitas llevarte nada allí donde vas. Sólo tu armadura y un maldito rosario que he odiado desde el primer momento en que mi vista se ha posado en él. Un rosario que debe vivir, y por el cual tú vas a morir.

Eres un mentiroso, Asmita. Si no necesitas nada, ¿por qué diablos te llevas la única pizca de humanidad que queda en mi corazón? ¿por qué te llevas mis ruegos? ¿por qué te llevas los únicos momentos de mi vida que no duele recordar?

Deseo que regreses, que te olvides de tu misión, del Santuario, de todo y de todos...

¡Vas a morir solo, maldita sea! ¡Y ningún camarada tuyo lo va a saber!

¿Por qué? ¿Por qué no te rindes?

¡Abandónales! Los desprecios que han vertido durante años sobre ti no merecen tu sacrificio.

Quiero que regreses, y que me devuelvas lo que me has robado al partir.

Nuestros momentos Asmita...nuestros momentos... Porque sin ellos no sé cómo podré vivir.

Te odio...

Te odio con todas mis fuerzas, y ya te extraño.

Siento tu cosmos arder, rasgar la clara noche. Géminis emite resonancias ensordecedoras con cada oleada que tu cosmos exhala, y no la soporto.

Necesito que se calle, que no te llore, y la lanzo dentro del volcán, deseando que también arda con él.

Pero no se calla. Su lamento es cada vez más intenso, como más alarmante es el derroche de cosmos que regalas a aquellos que nunca han querido conocerte.

Y yo no puedo más. No deseo ser testigo de su inminente extinción, pero la respiración me falta, las fuerzas se descontrolan y las lágrimas hace tiempo que me ciegan.

Tu cosmos estalla, y un rugido me lacera la garganta.

Kanon despierta, y ruge conmigo, descontrolado. Desesperado. Solo...

Su sangre emerge, y me lame.

Me lame las heridas que tú has abierto en mi alma, y yo deseo fundirme en su mar de lágrimas de lava... Deseo odiarte...

Pero no puedo, Asmita.

No puedo...

Y me resisto a ofrecerte mi hasta luego.

El pecho me duele, mis ojos escuecen y respirar se convierte en una tortura, merecida quizás. Mis rodillas ceden, la sangre de Kanon me abraza, el desconsuelo me gana...

Y en él sólo puedo emitir el mismo ruego una y otra vez.

Un momento más, Asmita... Démonos sólo un momento más...

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