30. Elección

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Mi espalda sigue aplastada contra las ardientes rocas que conforman las paredes de tu nuevo hogar.

La furia que te domina ha cerrado tus manos alrededor de mi cuello y tu voz, más ronca y gutural, escupe veneno.

No te frenes, Defteros... Lo merezco.

Tu ataque, tus insultos...

Toda la rabia que viertes sobre mí es merecida. Y necesaria.

Aún así, controlada.

No te reprimas. La fuerza con la que me inmovilizas no es tu fuerza. Ni siquiera la sombra de ella.

- ¡¿A qué has venido, Virgo?!

Me gritas con desprecio. Me nombras como nunca antes lo habías hecho. Te enfurece mi presencia. Y su presencia. Pero ella debe estar contigo.

Con el Caballero de Géminis. Con Defteros, su legítimo defensor.

- ¡Me repugnas! Tu altivez... tu frialdad... ¡Yo confiaba en ti!

Te comprendo, y acepto tu rabia.

Me la merezco. Pero algún día entenderás que no tuve otra opción.

- ¡Debiste ayudar a Aspros! ¡Era tu camarada!

Era un traidor...

No te respondo. La opresión que ejercen tus manos en mi garganta lo impide. Pero siguen mesurando su fuerza. Lastímame, Defteros. Hazlo si así tu alma halla alguna pizca de redención.

- ¡Eres patético Virgo!

Lo sé...

- Al menos ¡defiéndete! ¡muestra algo de honor!

¿Tengo honor? No, Defteros... Quizás yo también lo perdí.

Tus ásperas manos se agarran a la obertura del cuello de mi armadura y me lanzan unos metros lejos de tí.

El terreno arde. Tu alma arde y el volcán arde con ella.

Pero tu culpa...tu culpa arde más que la sangre de esta tierra. Ahora, tu tierra.

- ¡Lárgate, Virgo! ¡Lárgate y no vuelvas más!

Lentamente me alzo e intento encararte. Sí, me iré, pero antes debes saber sólo una cosa.

- No tuve elección...

Vuelves a abalanzarte sobre mí y solamente la expansión de tu enorme cosmos te vale para hacerme trastabillar y retroceder.

- ¡La tuviste, maldito condenado! ¡Aspros debía vivir!

Quizás tengas razón. Quizás Aspros tenía salvación. Pero si le salvaba a él, ¿que seguiría siendo de ti?

No, Defteros. Nunca hubo otra elección para mí.

- Aspros podía ser mi camarada...pero yo...

- ¡¿Tú qué, maldita sea?!

Me rindo. Hoy vuelvo a estar sin elección. Y confieso, hundido en mi propio dolor.

- Yo te amo a ti...

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