La montaña Comol (parte 1)

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Estando en las faldas de la montaña Comol y listos para cumplir la misión de ir tras As-Milba, los Keios Kank y Relján dieron la orden de avanzar

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Estando en las faldas de la montaña Comol y listos para cumplir la misión de ir tras As-Milba, los Keios Kank y Relján dieron la orden de avanzar.

Se elevaron 30 argogs con dos hombres cada uno. Brial dirigió a la mitad hacia el Norte y Barao a la otra mitad hacia el Sur. Habían decidido hacer varios recorridos alrededor de la montaña para identificar posibles entradas y salidas, mientras la infantería llegaba. El resto de argogs se utilizaron para vigilar los alrededores en caso que el reptil escapara.

Mientras volaban, Nahás pudo ver que algo se escondía entre los árboles, le pidió a Brial regresar. Ella, ordenando a Dana que se encargara del grupo, maniobró a Kipumk para dar la vuelta. Entre el follaje vieron a un reptil negro que corrió y se internó en una cueva pequeña.

—¿Será As-Milba? —preguntó Brial.

—No lo sé. Pero no era pequeño. Era como yo, pero de color negro —respondió Nahás.

—Es un reptil común.

La Kalos notó que durante el recorrido por aire no había visto animales mayores o menores. Esto era una evidencia de la presencia de varios reptiles, pues los extinguían en los lugares que dominaban. Estos seres eran violentos y despiadados. Mataban a todo tipo de animales y hombres, aunque también era sabido que mataban por diversión.

Brial alcanzó al grupo y les indicó que le siguiera. Regresaron y descendieron donde habían visto al reptil negro. Una vez que estuvieron en tierra decidió dejar a tres soldados al cuidado de los 15 argogs. Hicieron un fuego en donde quemaron un polvo que convertía su humo en azul, indicando a Barao que habían encontrado una entrada prometedora. Poco tiempo después vieron un humo similar desde el otro lado de la montaña, Barao también había hallado un lugar para inspeccionar.

Brial, Dana, Nahás y 24 soldados ingresaron a la cueva, encendiendo sus antorchas.

Nahás no tenía problemas con la oscuridad ni con lo atropellado del camino. A diferencia de los soldados él no tenía botas, así que caminaba con facilidad mientras bajaban en las filosas rocas del lugar.

—Kalos, me voy a adelantar con su permiso — solicitó Nahás.

—Adelante —accedió ella. La Kalos pensó que tal vez la cueva no llevaba a algún lugar importante y mandarlo por delante podría evitarles el peligro y la pérdida de tiempo.

Nahás regresó diciendo que más adelante había un lugar más accesible. Siguieron caminando y en efecto encontraron un espacio amplio y con un piso menos rocoso, pero muy oscuro y fangoso. El aire estaba contaminado con el olor de excremento, sangre y carne putrefacta. En medio de la oscuridad algo se movió, provocando que los soldados sacaran sus espadas. Nahás hizo que de su brazo salieran las filosas piedras, aunque eso le causara dolor pues abrían heridas en su piel escamosa.

De la oscuridad salieron seres negros con forma humana, atacándolos y haciendo gritos espantosos. Los soldados respondieron atravesándolos con sus espadas y lanzas. El espacio era ancho, lo suficiente como para que fueran agredidos por todos lados. Los gritos de estos seres era espantoso, todos los soldados se tuvieron que armar de valor para soportar la turbación de sus mentes ante el peligro tan terrible en medio de esa oscuridad.

Uno de esos seres se lanzó sobre Brial, ella sacando su espada lo hirió. Cuando la criatura recibió el daño, gritó con voz humana. La Kalos entendió que eran hombres que estaban cubiertos por restos de sangre y estiércol. Vivían en la cueva en esas condiciones tan insalubres.

Cuando hubieron matado los suficientes, las criaturas se alejaron viéndose superadas por las armas del ejército. Los soldados levantaron sus antorchas y vieron que en verdad se trataban de hombres y mujeres desnudos que se comportaban como si hubieran perdido el raciocino, como animales menores.

Los seres inmundos bajaron por una cueva más profunda y Brial ordenó seguirlos, pues tal vez se dirigían hacia el lugar de As-Milba. Continuaron bajando con precaución, mientras seguían los ruidos de los hombres que se alejaban en la oscuridad. Llegaron a un espacio muy amplio, pero lleno de agua. Nahás se ofreció a explorar y metiendo su cuerpo en el agua pudo constatar que no era un sitio muy hondo. Más adelante pudo ver un espacio seco. Detrás de él descendieron al agua la Kalos y los soldados, cuidando de no mojar sus antorchas.

Nahás llegó nadando al otro lado, al espacio seco. Como no estaba armado ni tampoco tenía el uniforme como el resto, se movía libremente. Mientras esperaban que todos cruzaran escuchó a un grupo de hombres que se acercaban con cautela. Prestando atención pudo reconocer la voz. Le dio la mano a Brial para ayudarla a salir del agua y le informó que el Kalos Barao se acercaba.

—¿Kalos Barao? —preguntó Brial con voz audible.

—La escucho —respondió él.

Luego de un momento los dos grupos se reunieron. El grupo de Brial estaba completo, pero el de Barao había tenido muchas bajas.

—Nos atacaron unos hombres desnudos y asquerosos —exclamó Barao con una expresión de desagrado—. Mataron a 10 de mis hombres. Nos tomaron por sorpresa y los echaron desde una caída muy pronunciada. Ninguno sobrevivió.

—También a nosotros nos atacaron —respondió Dana mientras exprimía su cabello largo y negro—. Al parecer son hombres que han perdido todo entendimiento. No sabemos la influencia que tiene As-Milba sobre ellos.

—Debemos apresurarnos —ordenó Barao— Las antorchas pronto se extinguirán.

Siguieron el camino por donde se habían ido los hombres inmundos, que era cuesta arriba, rocoso y húmedo. Los soldados de Brial estaban mojados y sentían la pesadez de la humedad en sus uniformes azules y las botas de cuero.

—Se fueron por ese camino —aseguró Nahás, quien descubrió los restos de agua sucia que habían dejado los hombres tras de sí.

Nahás se adelantó y llegó hasta el nivel superior. Colocando una estaca, amarró una cuerda y la tiró para que el resto subieran. El mayor problema no era la inclinación, sino la humedad del lugar pues las rocas resbalosas impedían caminar sobre ellas con facilidad.

Estando solo Nahás, un hombre inmundo los atacó. El reptil reaccionó golpeándolo con su puño, dejándolo inconsciente. De la oscuridad salieron más hombres y mujeres que con gritos se lanzaron contra el reptil. Nahás se defendía de ellos y sin medir sus fuerzas los golpeaba, matando a algunos. Con su poderoso brazo le rompía huesos y los hacía perder el equilibrio, de manera que caían por el camino inclinado por donde los primeros soldados empezaban a llegar.

Del pecho de Nahás comenzó a brillar una luz similar a la que vio en la cámara de Ma-nóm. Esa luz comenzó a recorrer su cuerpo y se movió hasta su brazo izquierdo, donde tenía los cristales traslúcidos. Estos empezaron a brillar, iluminando la cueva. Todos los hombres inmundos huyeron pues sus ojos no estaban acostumbrados a la luz.

Los Kalos y los soldados terminaron de subir y se quedaron impresionados al ver el brazo brillante del reptil. 

—Eso es nuevo para mí —dijo Barao.

—También para mí —respondió Nahás—. No sabía que podía hacer eso.

—La luz es muy pura —Dana se acercó a Nahás y tocó sus cristales brillantes. Volteó a ver a Brial y le dijo sonriendo—. Y yo que pensaba que era la mejor ayuda que la Luz te había podido enviar.

—No digas eso —reclamó Brial, aunque no pudo sentirse alagada por el comentario. Pensar que la Luz estaba detrás de todo esto le daba alegría—. Tú eres muy útil para el ejército, así como Nahás.

—Pero yo no brillo en la oscuridad —respondió Dana.

—Debemos apresurarnos —apuró Barao—. Kano y Junyo ya habrán entrado por la cueva principal y nosotros debemos estar preparados. 




El reino de Plata. Los tres reinos de AmnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora