Los carneros

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Cuando la noche ya había avanzado y el becerro entendió que los reptiles que los cuidaban estaban dormidos, quitó una piedra que impedía que el corral se abriera, y pidiéndoles a los becerros que no hicieran ruido, salieron por la puerta del establo sin que fueran vistos. Esa noche estaba oscura, no había luz de lunas en el firmamento.

Ivé caminaba y los carneros lo seguían sin preguntar. Tomó la misma senda por la que había regresado aquella mañana y comenzó a buscar la luz del retoño.

Los carneros resultaron ser animales muy obedientes y sin temor. Tenían un desapego natural a la vida, que pareciera como si no les molestara que alguna presa saliera de entre las sombras y los matara.

Ivé llegó al lugar en donde había estado el retoño, sin hallarlo.

—Si se quedan aquí, alguna fiera los va a matar —Un ciervo de altos cuernos habló desde la oscuridad, asustando a Ivé. Los carneros ni siquiera se inmutaron.

—Estoy buscando una raíz brillante —explicó el becerro, aclarando que podía comunicarse de forma clara.

—Ah vaya, entiendo, has visto el retoño y los ojos te han sido abiertos —el ciervo sabía muy bien las intenciones de Ivé—. Lo hemos movido de aquí y lo tenemos bajo resguardo. Han sido muchos los animales que estamos gozando de la conciencia que despierta su luz.

—¿Puede llevarme a donde lo tienen? —Suplicó el becerro—. Quiero que estos carneros también lo vean y sean despertados como yo.

—Claro, sígueme —el venado comenzó a caminar, Ivé lo siguió y de forma instintiva los carneros hicieron lo mismo—. Por cierto me llamo Neafi ¿Ustedes tienen nombre?

—Yo me llamo Ivé, pero desconozco si ellos tienen uno —señaló a los carneros, que no respondieron.

Llegaron a un espacio rodeados de grandes árboles, donde muchos animales se habían reunido a ver la luz del retoño. Había ciervos, zorros, mapaches y pájaros, y también dos osos. El retoño había sido desenterrado y lo habían colocado en un pedazo de corteza de árbol al que habían llenado de tierra.

El ciervo Neafi, entrando en medio del círculo, habló:

—Animales del bosque —si es que ahora se podían seguir llamando animales—. Así como yo, todos ustedes han tenido un despertar a causa del retoño que ha aparecido en este sitio. Todos aquellos que hemos sido alumbrados hemos llegado a comprender cosas nuevas, vemos las cosas de manera distinta, pensamos de forma diferente y podemos testificar que todo lo que considerábamos de importancia, ahora es desechable en comparación a lo que hoy se nos ha concedido.

Los animales asintieron a las palabras del ciervo, cuya autoridad parecían respetar.

—Por eso, hemos llegado a la conclusión que no podemos quedarnos como únicos propietarios de este retoño, el cual da entendimiento y libertad en pensamiento a aquellos a quienes alumbra. Así que hemos decidido moverlo a todos los lugares de este bosque, con el propósito que los animales sean expuestos a su luz y sus ojos le sean iluminados también. Debemos correr el riesgo de moverlo pues no podemos esperar a que todos los animales vengan hasta aquí, ni esperamos que lo hagan en su condición irracional. No los podemos obligar, ni ellos pueden entender la importancia de mirarlo, así como nosotros tampoco entendíamos.

Los animales asentaron con la cabeza. Pero Ivé, con el temor que nunca más pudiera exponer a sus amigos del ganado a la luz del retoño, se atrevió a alzar la voz:

—¿Dónde lo van a llevar? ¿Cómo podremos acceder a él?

El ciervo lo volteó a ver entendiendo su temor.

El reino de Plata. Los tres reinos de AmnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora