Lux Ex Machina (parte 2)

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Nahás soltó su espada. Era imposible salir de esta situación, al menos no con Brial ilesa. La reptil se acercó a él y le acarició su rostro.

—Sabes que conmigo podrás obtener lo que nunca tendrás con las mujeres humanas. Yo puedo darte el placer que te fue negado por la Luz. Yo pude burlar a sus estúpidas leyes y he aquí mis huevecillos que me han permitido reproducir mi voluntad. Soy tu única oportunidad para tener una relación, un futuro y un poder.

Nahás quedó un momento pensando en las palabras de la serpiente. En un instante en su cabeza consideró la oferta, pero también de cómo quedaría siendo un esclavo más de ella. Era una mentira. Además, pensó en Brial, en el gran Ki-Ha-Roga, en Kano y sus acusaciones. Pensó en la Luz y de cómo lo iba a proteger, tal y como lo había hecho hasta ese momento.

—Tú no tienes ningún poder —respondió Nahás—. El único poder que tienes, es el que puedes obtener de los demás.

—Vaya. Esa es tu respuesta — Tar-thá entendió que Nahás había rechazado su propuesta y lo enrolló en su cola. Lo apretó con fuerza, pero Nahás se resistía golpeando la cola roja con las piedras filosas de su brazo.

Un destello de color blanco iluminó el lugar. Brial, Nahás, Tar-thá, Bak y los soldados sintieron cómo el aire dejaba de llenar sus pulmones y las fuerzas les faltaban. Un ser que brillaba con una luz similar a la que irradiaba del brazo de Nahás, apareció frente a Tar-thá, quien soltó al reptil azul al faltarle las fuerzas.

Ludgo se había despertado al escuchar la explosión que había sido detonada por el soldado desde el cilindro; pero no había respondido por no entender de qué se trataba. Era una señal específica para los soldados que estaban bajo el control de la serpiente. Cuando el ser de luz apareció, Ludgo pudo ver su destello desde la fortaleza.

Los ojos de Nahás estaban acostumbrados a esa luz tan pura, así que esta vez pudo observar al ser que la emitía. Se trataba de un hombre que portaba una armadura muy sofisticada, ésta tenía marcas de figuras geométricas incompletas, que brillaban más todavía. Toda su armadura, casco y botas eran perfectos en acabados y de color blanco. Todo el ser emitía esa luz con la que había iluminado el lugar.

El hombre con la armadura sacó una espada con tres filos y alzándola dijo unas palabras que no fueron entendidas por nadie. Con la espada atravesó a Tar-thá y esta murió al instante, dejando caer su cuerpo sobre Nahás, que estaba debilitado.

El ser de luz desapareció, de inmediato el aire regresó a los pulmones de todos y se pudieron levantar. Los huevecillos en las cabezas de los soldados estallaron, dejándoles un líquido verde derramándose por sus frentes.

Bak comenzó a llorar y al verlo, sus soldados lo hicieron también.

—¿Cómo lo permití? —Gemía el Keios— ¿Cómo me dejé seducir?

Brial entendió que para poderles incrustar el huevecillo, Tar-thá había tenido relaciones sexuales con ellos. Todos habían sucumbido a la lujuria, aun cuando las reglas del reino de Plata prohibían toda relación sexual con los animales menores o mayores ¡Cuánto más con los reptiles!

—Necesito salir de aquí, de inmediato —Nahás, trató de levantarse, pero no pudo. Había quedado atrapado bajo el cuerpo muerto de la reptil así que suplicó a Brial—. Por favor, llama a Kipumk y aléjame de ella.

Brial y el soldado Noahla sacaron a Nahás debajo del cuerpo de Tar-thá.

Los soldados que habían obedecido al llamado de la explosión y que también habían estado bajo el control de la mujer serpiente llegaron con el líquido verde en sus frentes, encontrando a su captora muerta, sin ninguna herida en su cuerpo.

El reino de Plata. Los tres reinos de AmnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora