Prefacio:

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«No llores, reina, el rímel se va a correr y no quieres eso» me pido en mi mente una y otra vez

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«No llores, reina, el rímel se va a correr y no quieres eso» me pido en mi mente una y otra vez.

Para obligarme a no hacerlo, dejo fluir mis sentimientos a través de mi tacón, lo choco contra el suelo incesantemente, aunque me perturbe el sonido que deja, prefiero eso, a llorar en el andén de espera.

Podría dejar fluir las lágrimas, es muy común verlo en este sitio, tras la despedida, los sentimientos encontrados, pero lo que siento es mucho más que ello. Lo único que deseo estar en mi cama, que no tengo, abrazando mi almohada, que tampoco tengo, con tanta fuerza, mientras lloro y me reconforto.

Le he dicho adiós a Jared, después de ocho años viviendo juntos.

Aunque nuestra relación no estaba en el mejor momento, no me imaginé jamás que llegaríamos a terminar, al menos no así. Fueron demasiadas cosas con él, los recuerdos me abruman, lo que juntos logramos y todos esos sueños en conjunto que faltaron por realizar.

Comencé a vivir con él con apenas dieciochos años, en ese momento en que acabó la escuela, donde muchos no sabían que hacer, yo estaba segura que deseaba estar con él, con el chico que provocaba una deliciosa revolución de mis hormonas. No me veía viajando cada tanto para verlo, así que ir con él, aunque mis padres no estuviesen de acuerdo, fue mi decisión.

No me arrepiento en lo absoluto, fueron años muy bonitos, estar a su lado, apoyarle con la muerte de su padre, luego el continuar con su negocio familiar, lidiar con su rebelde madre, compartir su cama, sus días, sus sonrisas, su todo.

Pero ha llegado el momento de dejarlo atrás, él no me ama, su mente y su corazón ya están dirigidos a otras personas, y aunque lo amo inmensamente, si tengo que rogarle su atención, ya no quiero estar con él, si tengo que humillarme, hacerme la ciega, la tonta, y de paso, cornuda, ya no deseo estar con él.

Mi amor por él sigue vivo, como un fuego voraz capaz de dejar en cenizas al mundo entero, pero el que siento por mí, es tan infinito como el universo, así que, adiós, mi amor.

Ahora estoy de vuelta a Milán, ocho más tarde y sin un miserable plan. Solo me esperan mis padres, molestos, seguramente decepcionados de mí, y lo único que puedo esperar, es que me permitan usar la habitación que desocupé hace unos años, mientras logro definir los siguientes pasos que voy a dar en mi vida, o siquiera lo que queda de ella.

Suelto una respiración profunda, cuando estoy a nada de quebrantarme, de llorar, es mi momento de arribar al tren. Me ocupo de mis dos grandes maletas, y luego, con tan solo mi bolso de mano me acomodo en mi sitio, donde ya está mi compañera, una señora de edad avanzada, que me recibe con una linda sonrisa.

Al cabo de unos minutos el tren avisa su salida, y en cuanto ejerce su movimiento, se me escapa una lagrima, que no me importa secar, me concentro en aguantar la respiración, para que ninguna otra le acompañe.

Adiós Florencia.

Adiós Jared.

Adiós a todo.

Suelto todo el aire que ocupa en mis pulmones, mientras me seco la humedad con el dorso de mis dedos.

—¿Ha sido una despedida difícil? —susurra la señora, llamando mi atención.

—¿Disculpe? —murmuro confundida.

Su suave sonrisa vuelve a repetirse.

—Lo digo porque estás evitando llorar.

Me sonrío, puesto que, aunque lo evito, sigue siendo evidente todo lo que llevo por dentro.

—Oh, ya —Suspiro. Jugueteo con mis dedos, para evitar el nudo en mi garganta —Sí, ha sido difícil, pero necesaria.

—Siempre se puede volver —responde, con un brillo optimista en su mirada.

Muerdo mi labio, el nudo crece, y de nuevo una lagrima se me escapa. Aunque su mirada me haga sentir que todo puede ser posible, la realidad sigue golpeándome en la cara.

—No, en este caso no —Seco mi mejilla, y aunque no es su asunto, me inspira confianza para continuar —: Me he despedido del hombre que amo, para que sea feliz con la mujer que él quiere, con quien tendrá un hijo.

Su boca, adornada con arrugas a su alrededor, se abre en una pequeña o. Con lentitud, su mano se dirige hacia mí para tomar la mía y regalarme un apretón, a modo de consuelo, lo que solo provoca que mis lágrimas vuelvan a caer.

—Creo que ha sido una buena decisión —Asiento, en respuesta —Eres joven, ya podrás conseguir otro —Vuelvo asentir, aunque no es lo que deseo —Uno que te ame lo suficiente para que siempre seas su primera y mejor opción, y te elija a ti por encima de todo.

Deja mi mano, pero continúa reconfortándome con su sutil sonrisa.

—Gracias —susurro, recogiendo la humedad de mis lágrimas —Mi corazón roto y yo, le estamos muy agradecidos —bromeo.

—Mi hermana, que murió hace muchos años, siempre estuvo rodeada de hombres —Suelta una risita al negar con su cabeza, y me lleno de ternura —Y cada vez que la dejaban, por cualquier razón, solía decir que, los hombres no te rompen el corazón, en realidad, solo son el ejercicio diario que lo vuelven más fuerte.

Su risa, provoca la mía.

—Creo que su hermana tenía mucha razón.

Asiente, con la mirada llena de orgullo.

—La verdad sí —Deja escapar un suspiro lleno de melancolía —Así que ya sabes, no estás rota, solo te haces más fuerte, y eso a veces puede doler un poco.

Agradezco, con un nudo en la garganta que me impide continuar hablando.

Sus palabras, se siembran como una semilla en mi cabeza, o al menos es lo que intento al repetírmelo constantemente, hasta que las ganas de llorar se van, el respirar deja de doler, y el oxígeno consuela mi alma, haciéndome sentir mejor.

No estás rota, Brigitte, solo te estás haciendo más fuerte.

No es el final, solo se trata de un nuevo comienzo.

Vamos a comenzar una nuevavida, la vida de tus sueños. 

Sabor a Caramelo (Serie: LIBRO III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora