Capítulo Doce:

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Después de pasar por mi piso, media hora después estamos en el depa de Edmond

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Después de pasar por mi piso, media hora después estamos en el depa de Edmond. Con toda la caballerosidad que posee se ocupa de sacar mi sobretodo y posarlo junto al suyo en el perchero, seguido de mi cartera que también ordena.

Me sonrío halagada por sus atenciones, y no puedo sentirme más encantada cuando me toma de la cintura para dejar un beso en mi mejilla.

—¿Qué deseas comer?

Lo pienso poco, pronto se me viene un antojito a la mente.

—Una pasta, o mejor, una lasaña —Me muerdo el labio, saboreándolo —En definitiva, una lasaña.

Y por mi respuesta me gano un rico beso de sus labios.

—Dame un minuto para hacer la llamada, y luego subimos para prepararte el baño, ¿vale? —Asiento contenta —¿Te apetece una cervecita mientras estás en la bañera?

Lo más obvio sería ofrecerme vino, pero sabe, sabe que me encanta la cerveza.

—Mejor la dejo para la cena —propongo y él asiente —¿Puedo subir a dejar mis cosas?

—Claro que sí —acepta otra vez, y con otro besito más me deja ir.

En confianza, subo al otro piso, en la libertad de encender la luz de su habitación, después de que han pasado varios días desde la ultima vez que estuve aquí. Todo sigue igual, bastante ordenado, limpio, y sobre todo, tan coqueto como su dueño.

En la repisa menos llena de su armario acomodo mi ropa en un ladito, no quiero que se arrugue en lo absoluto, y menos desordenar ninguna de las piezas de Edmond, por lo que me toma un poco de tiempo el simple hecho de colocar la ropa. Al termino, en solitario todavía, me permito admirar un poco más de su espaciosa habitación.

Es ordenado, a diferencia de su hermana, que, para tener tantas manías es bastante desordenada. Noto su gusto por una buena iluminación, tiene dos lámparas de mesa, otro par en las paredes, y luego en el techo. Me gusta, su espacio me hace sentir a gusto. Continúo detallando, y no puedo evitar dirigirme a su mesita de noche, donde descansa una foto suya, demasiado preciosa, con la pequeña Antonella en sus brazos, debo decir que no había notado su existencia en mi visita anterior.

Las fotos impresas han quedado atrás, lo sé, pero se ven tan preciosos, tan llenos de amor, que incluso yo desearía tener una copia para mí. Paso la yema de mis dedos por sus rostros, no lo puedo evitar, no cuando mis emociones siguen un poco revueltas tras la llamada de mamá.

No me gustan los niños. No me gustó ser niña, en realidad.

No recuerdo haber tenido una sonrisa tan abierta, tan expresiva, como la que tiene Antonella en su foto.

—Tiene tan solo dos días.

La voz de Edmond me sobresalta. Aprieto el cuadro en mis dedos para que no se escape y terminar haciendo un autentico desastre, a mi suerte mantengo todo bajo control, bueno, todo menos mis nervios. Le regalo una pequeña sonrisa antes de preguntar:

Sabor a Caramelo (Serie: LIBRO III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora