Capitulo Veintidós

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Unos deliciosos labios sobre mi espalda, paseándose con pasión, me avisan que es un nuevo día. Sonrío, sí, sonrío antes de abrir mis ojos, ya mi piel está erizada, mis hormonas están activas, y el volcán de mi inagotable deseo ya está listo para hacer erupción.

Las manos de Eddi me acarician despacio, en mi pecho, mis senos, y en la llanura de mi abdomen, jugueteando cada tanto con el huequito de mi ombligo, esboza círculos a su alrededor.

«¿Por qué no los hace y los mete en otro sitio?» pienso y me sonrío, me río.

—¿Qué te causa gracia, caramelo? —susurra ronco en la base de mi oreja.

Sin acabar con la curva de mis labios, abro los ojos. Todo sigue oscuro, cálido y delicioso. Cómo puedo doy media vuelta para quedar frente a él, tan cerquita, que me salto todas las rutinas de higiene, me importan muy poco cuando tengo su boca al ras de la mía. Lo beso, abrazándolo, presionándome contra la suavidad de su pecho.

A él también le importa poco el no haber pasado por el baño, succiona mi carne, el inferior, el superior, mordisqueándolos y saboreándolos con la punta de su lengua. Se me escapa mi primer gemidito de la mañana, el que aprovecha para profundizar, hundiendo sus dedos en mi cabellera, y en la carne de mi nalga.

Estos amaneceres con Eddi son sinónimo de buenísimos días.

La necesidad de oxígeno nos hace bajar un poco la intensidad. Nos damos un beso, respiramos, sonreímos, nos volvemos a besar.

—¿Qué hora es? —le consulto.

Sin embargo, tampoco me es demasiado importante, sigo besándolo, bajo su mandíbula, en su cuello, dónde se concentran los vestigios de su perfume mezclado con el aroma natural de su piel. Inhalo, deseosa de impregnarme de su varonil olor, tan estimulante, que me palpita un poco entre las piernas.

Me abrazo a su pecho, le monto la pierna en su cadera, permitiéndome sentir su excitación. Está tan dura, tan cálida, que no puedo evitar rozarme, con toda la intención, lo nota y me sonríe.

—Nos quedan veinte minutos en la cama —dice, dejando su teléfono de nuevo en la mesita de noche.

—Tiempo suficiente.

—Quítate la ropa.

Es todo lo que dice, antes de tomar mis mejillas y darme un glorioso beso en los labios. Con su lengua en mi boca me bajo el shorts, que con un par de pataditas sale de mis piernas. La camiseta me abandona con la misma facilidad, me aparto, y la tiro al final de la cama.

El calor de nuestros cuerpos, el hambre voraz en nuestros besos, lo es todo para mí, si soy sincera, me he levantado ya mojada, con ganas de tenerlo golpeándome el útero. Puede que sea una adicta a su polla, pero es que me encanta, sentirla, que me llene.

Y Edmond, cumpliendo con mis deseos, la toma en su mano para repasar la húmeda división de mis labios con la punta, embadurnándolo, embriagándome, le araño la nuca deseosa, raspo mis yemas en su piel. Sigue frotándose malicioso, besándome la boca, el cuello, hasta que se agota y su propia necesidad lo hace llenarme, enterrándome su polla hasta el fondo.

No grito, tan solo porque su boca ocupa la mía y termino por expresar mi gloriosa satisfacción en un gemidito. A su intrusión me da unos segundos para acostumbrarme, en ellos, me aprieta con fiereza las nalgas, pegándome más a él.

—La siento en el estómago —le confieso bajito, agitada.

—Eso es porque te estoy dando de comer, caramelo.

Sonrío con todo el morbo que habita en mi ser.

—Dame más, me muero de hambre.

Sale de mí, sujetándome el culo, para embestirme de vuelta. Sus caderas emprenden pronto un rítmico baile contra mi sexo, sacándolo, metiéndolo, con tanto brío, que el placer crece como la espuma.

Sabor a Caramelo (Serie: LIBRO III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora