Capítulo Quince:

4.3K 407 31
                                    

El orgasmo me ha dejado sin aliento, y cuando he comenzado a transportar el aire a mis pulmones, trayendo de vuelta una exquisita calma, las palabras de Edmond me dejan pasmada, la sangre no corre, y todo lo que llega es un molesto pitido a mis oídos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El orgasmo me ha dejado sin aliento, y cuando he comenzado a transportar el aire a mis pulmones, trayendo de vuelta una exquisita calma, las palabras de Edmond me dejan pasmada, la sangre no corre, y todo lo que llega es un molesto pitido a mis oídos.

—Brigitte, no te preocupes que...

¿Qué no me preocupe? ¡Se ha roto el condón y él no quiere que me preocupe!

—Permiso —susurro ahogada, al borde del colapso, más me aquieta el poco oxigeno que entra —Apártate de mí, por favor.

De inmediato el peso de su cuerpo libera al mío, el frío me acaricia con la misma rapidez que comienzo a respirar, acelerada, pero respiro. Me incorporo y no sé que hacer, no quiero llorar, no quiero gritar como una completa desquiciada, no quiero tener que soltar todo este desconcierto en contra de Edmond.

«Estás cosas pasan, Brigitte» me aliento en mi mente.

Se me escapa la primera lagrima, y al alzar mi mano para poder limpiarla me hago consciente de que estoy temblando como una hoja. Aunque sea algo que pueda pasar, no es algo que quiera que me pase, ahora mismo no sé qué hacer, ni siquiera logro definir a que altura estoy en mi ciclo...

¿Estaré en mis días fértiles?

¿Cuál es la probabilidad de que conciba un hijo tomando pastillas anticonceptivas?

No importa cuantas veces me he leído el folletito del empaque, no logro recordarlo.

Volteo a ver a Edmond, ansiosa de tener un poco de esa calma que él bien sabe darme, pero en cuanto mis ojos se posan frente a él, todo lo que consigo es una arcada, lista para irme en vomito, al tenerle quitándose el látex, que sí, en efecto se ha rajado.

El intentar inhalar me duele en el pecho, y mi corazón no para de latir acelerado. No puedo con esto, necesito salir de aquí. Dejo de ocuparme de mis lágrimas, no tengo tiempo de continuar limpiándolas, me concentro en ubicar mi ropa, mi camisa y mis bragas, ambas sobre el escritorio, me las pongo como puedo, para nada bien puesto ya que las siento realmente molestas.

No puedo mirarlo a la cara.

—Me tengo que ir —susurro.

No he terminado de girar cuando la mano de Edmond se posa en mi brazo, deteniéndome, obligándome a tenerlo de frente, completamente desnudo, confundido.

—¿Estás bien? —Antes de que logre posar su mano en mi mejilla aparto el rostro —No tienes porqué preocuparte, Brigitte.

Se me escapa un bufido.

Lo más probable es que no le tenga miedo a estos accidentes, una minúscula posibilidad de que tenga hijo más, qué más da para él.

—Déjame ir —sollozo. Intento salir de su mano, pero no me suelta.

—No tienes que irte —No puedo evitarlo, me toma de las mejillas con ambas manos obligándome a mirarle el rostro —No quiero que te vayas, menos así —Sus yemas secan mis lágrimas, y solo su tacto consigue que logre respirar un poco mejor —No tienes que salir huyendo, caramelo. Se ha roto, sí, pero no tienes que preocuparte, estoy aquí para ti, calmémonos y hablemos.

Sabor a Caramelo (Serie: LIBRO III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora