Capítulo Diecisiete:

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Los días posteriores son pesados

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Los días posteriores son pesados. Trabajo intenso. Nada de buenas noticias con respecto al divorcio de Coraline. Y mis vistas con Eddi son cien por cierto amistosas, y de paso, cortas. Lo último no es malo, es mejor verlo y no tocarlo, no besarlo, que no verlo en lo absoluto, pero a veces el deseo no entiende de eso.

La razón es que Antonella ha pasado varios días con él, se queda en su casa, y apenas abandona la escuela o sus actividades extracurriculares se va directo a donde sea que se encuentre. No me molesta, en realidad, me sienta a gusto que su hija sea la prioridad en su vida, que le dedique su tiempo, aunque eso signifique que no nos veamos, o en el momento en que nos consigamos solo deba ser para él la empleada de su hermana.

No lo hablamos previamente, pero sé que ninguno de los dos está listo para dejarle saber a la nena que pasa algo más.

No estoy lista para ser una especie de... ¿madrastra? ¡No!

Estoy segura de qué Edmond necesita conocerme más para mostrarme ante su hija como su pareja o lo que sea.

Y Antonella, en definitiva, no estoy segura de como lo tomaría, ¿le alegraría? ¿le molestaría? No tengo ni idea.

Suelto un pesado suspiro para no dejarme agobiar por ello, y no terminar entrando en un bucle de pensamientos que me dejen cabezona. Me concentro en terminar de recoger mis cosas, Coraline me ha pedido que la espere para dejarme en casa, en realidad ha sido una orden, no me ha dejado ni negarme por vergüenza.

La idea del auto me golpea otra vez, lo necesito, pero, el hacerme cargo de absolutamente todas mis cuentas limita un poco los ahorros, lo que me lleva a decidirme de inmediato a abrirme un hueco para sentarme a sacar cuentas, planificar, para ver cómo puedo solucionar en lo pronto.

Gimoteo en silencio, estresada, por no tener un colchón lleno de billetes grandes que respalden todas mis necesidades básicas, y también, mis necesidades de diva. Estoy a nada de echarme a hacer un mini drama para mí misma, cuando suena un golpe en la puerta, está abierta, pero de igual forma me sobresalto alzando la mirada de inmediato.

Mi boca se abre, y no tengo la certeza de gemir en mi mente o en voz alta mi acostumbrado «Oh my God» Al verle en la puerta, sonriente, hasta sonrojado, con esos ojos brillantes que me matan. Me salta el corazón, las manos me sudan, y las mariposas de mi estomago se vuelven completamente dementes, yo me siento loquísima, me pongo de pie como un resorte.

—¡Ed... —me callo toda mi emoción. Me tengo que morder el labio para contenerme de ir por el a plantarle un beso en la boca —Señor Lestienne —susurro.

Puedo no gritar, pero mi pecho acelerado, mi temblor, mi sonrisa, ¡mi emoción! me delata por completo, lo que espero no sea demasiado evidente para una nena.

—Estoy solo —dice adentrándose.

A sus palabras, ya todo me importa poco. Salgo de mi sitio para ir por él, apresurada, hasta que no quedan centímetros entre nosotros, hasta que tengo la exquisita libertad de poder tomar sus mejillas entre mis palmas para poder dejarle un beso sobre su boca, a la exactitud de sus manos que abrazan mi cintura para pegarme a la delicia de su cuerpo, abrazándome, dándome ese beso que tanto he anhelado en los últimos días.

Sabor a Caramelo (Serie: LIBRO III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora