Edmond Lestienne III

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Al acabarse la fiesta Brigitte continúa bailoteando y canturreando las canciones, las copas de champagne no son lo que más aguanta, lo que prefiere, me lo ha dicho antes, pero ahora es que puedo apreciarlo con mis propios ojos.

Luce encantadora con esas mejillas sonrojadas, la mirada encendida y su abierta sonrisa.

Ha disfrutado por completo, era lo que quería, y lo que más me ha sorprendido es la forma en que se ha complementado con Antonella justo para ello, divertirse sin parar, sin darse cuenta pasaron un gran momento juntas, y eso me tiene frenético.

Me emociona que se lleven bien, que se quieran, porque no planeo dejarlas ir a ninguna de las dos, con ellas me siento completo, en familia, y su armonía es la mía. Antonella es mi hija, y sin duda alguna, Brigitte Augier es la mujer que amo.

En el viaje de vuelta, junto a sus amigos Stefano y Miranda, que también se quedan en el mismo hotel, Antonella cae rendida en mis brazos, de tal forma que Brigitte me ayuda a quitarme la americana para arroparla, es casi medianoche y la brisa está fría.

No tengo corazón para despertarla, la llevo cargada como toda una princesa. No se da cuenta que llegamos, no se despierta cuando le quitamos la ropa, incluidos sus accesorios, para ponerle el pijama. La dejamos arropada en su cama, como cada noche dejo un beso en su frente, y mi caramelo, con la punta de sus delgados dedos aparta los cabellos de su flequillo.

—A veces me parece increíble —susurra despacio, mirándome a los ojos —Si hace un año me hubiesen dicho que me iba a enamorar perdidamente de un hombre y de su hija, no lo hubiese creído.

—Pero aquí estás —le dejo saber alzando mis cejas.

—Y nada me hace nada más feliz que esto, Edmond —Sonríe, haciendo una pequeña pausa —El punto es que, un día me desperté, aprendí a darme lo que quería, ya sé que puedo estar sola y ser completamente feliz, pero... —Se muerde los labios.

—¿Quieres estar con nosotros? —Asiente. No me contengo, acaricio su mejilla con mucho cariño —Anto y yo funcionamos de maravilla solos, lo seguiríamos haciendo, pero eso no impide que te adoremos, que queramos compartir la vida contigo.

Mi pulgar dibuja una suave línea sobre la jugosa carne de sus labios, ya no hay brillo, pero me siguen resultando tan tentadores como la primera vez que los vi en la oficina de Coraline.

También sigo teniendo el mismo imperioso deseo de arrinconarla contra la pared y besarla.

—Edmond... —jadea bajito, ardiendo.

—Te amo, Brigitte —Baja la mirada, pero se la alzo, quiero ver esas lágrimas llenas de felicidad —Sé que eres capaz de darte todo, de ser feliz, pero aun así, ¿Te gustaría compartir tu vida con nosotros?

Asiente de nuevo, dándome un beso en la mano, luego se inclina para besarme en la boca, tomándome las mejillas con ambas manos y repetirlo tanto como puede.

—Quiero, ya no deseo la vida de otra manera.

Sonrío emocionado. Le doy una rápida mirada a Antonella, sigue metida en la profundidad de sus sueños. No soporto más tiempo sin tener a mi caramelo como me gusta, sobre mí, jugosa, tan dispuesta a todo. Tomo sus manos de mi cara, a la vez que me pongo de pie, trayéndola conmigo.

—Dejemos que descanse —le pido.

Salimos y nos metemos en nuestra ala, es más espaciosa, y tenemos el balcón para nosotros. Nos dirijo ahí, pero Brigitte me insta a desviarnos hasta llegar al bar, dónde está una botella de champagne, la misma que hemos tomado en la fiesta, la alza orgullosa tomando a su vez un juego de copas.

Sabor a Caramelo (Serie: LIBRO III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora