V E I N T I O C H O

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FERN

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FERN

El día de la tragedia...

—Amy te está buscando.

Esas fueron las primeras palabras que marcaron el inicio de la decaída de todo. El día se iba a ir a la mierda en cualquier momento, solo era cuestión de esperar.

—Me vale mierda.

Azoté el casillero y le di la espalada a Débora, la rubia peliteñida que me había dado aquel mensaje.

Caminé por el pasillo abarrotado de alumnos bulliciosos que charlaban, gritaban y reían por todo el lugar. Mis hombros estaban tensos después de escuchar que Amy me buscaba. Llevaba evitándola demasiado tiempo, y ella había hecho lo mismo conmigo. ¿Por qué de pronto quería... hablar? Nada bueno iba a salir de esa charla, si es que se daba. Mis instintos me decían que Amy no tenía nada bueno qué decir, pero bueno, nunca lo tenía.

Esos últimos días, el ambiente no se había sentido muy bien. Entre Flangan decaído por el inminente divorcio de sus padres, Carter cuidando y acompañando a Alaia cada día, y yo preocupada por todos, la única feliz era la morena, quién después de encontrarse con su padre, había recuperado, aunque sea un poco, de aquella energía que la caracterizaba.

Intentaba no prestar atención cuando la gente se apartaba de la chica al verla pasar. Ya nadie le dirigía miradas de burla, nadie se metía con ella. Y a veces yo creía que era por mí. Pero, no, también era por ella. Alaia podía ser todo lo extraña que se pudiera, con un sentido de la moda bastante peculiar, pero ni siquiera Gerald, el orangután que la había humillado aquel día escribiendo sobre su casillero, se había atrevido a decirle algo a Alaia. No después de que todos en el instituto se enteraron de lo de su madre.

Aparté el pensamiento de la mente.

Salí del edificio y la luz del crudo sol de primavera me dio de lleno. Tuve que entrecerrar los ojos para ver mejor, hasta que fui acostumbrándome a la fuerte luz que, en comparación con el interior, era intensa.

Mis pies no tardaron en hundirse sobre el césped húmedo. Siempre húmedo. Me preguntaba si al conserje de verdad le gustaba tanto su trabajo como para mantener húmedo el pasto cada día. Incluso cuando llovía, él lo regaba.

Alcancé a divisar desde aún la lejanía, el destello dorado que el cabello de Flanagan reflejaba con la luz del sol, debajo de las gradas.

No pude evitar que una sonrisa se colara por mis labios.

Rodé los ojos al cielo. ¿Dónde había quedado mi falta de sentimientos? Enamorarse no era de rockstars, pero ahí estaba, colgando gustosa de una cuerda floja, y no me importaba.

Maldito traidor, eres peor que Simon. Susurró mi mente a mi corazón.

—Hola, solecito —murmuré al llegar hasta él.

¿Y si somos Romeo y Julieta? ✔️ [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora