Los apellidos McCann y Rousseau no combinaban. Nunca lo hicieron. Al igual que Capuleto y Montesco.
Él no tenía en sus planes compartir asiento con la persona a quien más le temía y tenía ordenes estrictas de alejarse. Ella, por otro lado, era de e...
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FLANAGAN
Cuando abrí la puerta del apartamento, lo último que esperaba ver era a Amy, con un vestido platinado lleno de algo que parecía una mancha de vino, el cabello castaño antes lacio ahora alborotado y sus ojos azules, idénticos a los de Fern, cristalinos y rojos.
Estaba mojada y me observaba con el ceño fruncido, pero su cuerpo reflejaba un cansancio que nunca creí poder llegar a ver en ella. Parecía que podía caer rendida en cualquier momento.
—¿Qué haces aquí? —pregunté en voz baja.
Mamá estaba en su habitación, durmiendo probablemente. Los días lluviosos la hacían dormir... he ir al baño constantemente, pero en su mayoría dormir. Y aquel día era uno de esos, lluvioso, de esos que llegan desplomando un sentimiento de que algo no va bien.
Amy extendió su mano en mi dirección, hecha un puño, y cuando desdobló sus dedos y vi lo que traía consigo, la jalé dentro de la casa.
—¿¡Qué haces!? —cuestioné en un grito susurrado. Cerré su puño de nuevo. Ella ni siquiera protestó, parecía no tener las fuerzas—. ¡No saques esto así como si nada!
Sus parpados se movieron de manera lenta y cansada hasta que sus ojos se posaron en mí.
—Carter dijo que te lo trajera —pronunció la chica de manera lenta y pausada—, pero dile que su plan se fue a la mierda.
Me estampó el anillo en el pecho y tuve que sostenerlo antes de que cayera al piso, pues ella se alejó rápidamente y se dejó caer en el sillón, sobándose las cienes con los ojos cerrados.
—¿De qué estás hablando?
—¡Que su plan se fue a la mierda! ¡Que no podemos sacar a Fern de su casa porque no está ahí! —gritó ella con exasperación, todo sin molestarse en abrir los ojos.
—¿Cómo que no está en casa?
No contestó. Se dobló sobre su estómago y comenzó a desabrocharse los zapatos. Cerré la puerta del apartamento de manera lenta, queriendo guardar todo el autocontrol que tenía y no comenzar a entrar en pánico. Amy aventó los zapatos al piso y se recostó en el sillón. Parecía una modelo de victoria secret en modo vagabundo que lleva sin comer tres días.
—¿Te sientes bien?
De nuevo, no hubo respuesta, y el silencio se propagó por la sala de estar como si estuviera probándola. La respiración de la chica fue siendo cada vez más pesada, y mi mente no pudo evitar preguntarse si se había quedado dormida, pero entonces sus labios se movieron, y las palabras que salieron de ellos me dejaron inmóvil.
—Fern está en el hospital.
Parpadeé. Una, dos, tres veces. E incluso sabiendo que había escuchado perfectamente, mi boca moduló un qué tan bajo y sin vida que no parecía mi voz.