En una ciudad. Una que no es Verona. En una carretera. Una que no está en Italia. En alguna parte del mundo, dos chicos, que no son Capuleto y Montesco, deambulaban, pero no perdidos, pues sabían muy bien dónde estaban.
La tierra húmeda por las lluvias de diciembre se enterraba en las suelas de sus zapatos, y el pasto les acariciaba los tobillos con una suavidad reconfortante. El chico creyó que era una clase de bienvenida, muy al estilo de Santa Mónica, Oregon. Sutil pero memorable.
Él le había agarrado cariño a la nueva ciudad donde residía, pues sabía perfectamente que pasaría ahí, por lo menos, el tiempo que duraba su carrera universitaria. Después de eso... Bueno, era un misterio, pues ni él ni ella tenían planes para eso. No les gustaban los planes, ir con la corriente se había vuelto su forma de vivir la vida. Fluir, le repetía él a ella constamente.
El chico sonrió, consciente de cuánto habían cambiado las cosas.
Se dio cuenta cómo ella lo notaba, y en un instante ya estaba empujándolo a un lado de la carretera, entre los pinos del bosque aquietado y susurrante.
—¿De qué te ríes? —le reprochó ella—. Perdimos el coche por pasar al puto baño. Perdimos mucho dinero en tomar un autobús hasta acá. Ahora tenemos que caminar. Odio caminar.
Él se rió, de nuevo, y se recargó contra un árbol mientras observaba la expresión uraña de ella. Su cabello largo y negro hacía resaltar el azul cielo de sus ojos y, a su vez, el tono pálido de su piel. Pocas pecas adornaban sus mejillas, pasando también por sobre su nariz y algunas en su frente, pero aún así él se dio tiempo para admirarlas.
—Deja de mirarme —siguió ella. Levantó las manos al aire y luego las dejó caer a sus costados, haciendo que el sonido del golpe contra sus piernas al caer se propagara por el bosque—. ¿Cómo vamos a recuperar el coche? Era todo lo que teníamos de él...
—Aún tenemos la copia de las llaves.
—No es gracioso.
—No estoy bromeando.
Ella lo miró de soslayo mientras pateaba las raíces de un árbol. Todavía tenía la nariz arrugada y las cejas hundidas, pero al menos había dejado de verlo de manera irritada.
—Hablo en serio —dijo él—. No necesitamos el coche, ni siquiera las llaves para mantenerlo con nosotros, Ferny. Todo está aquí —apuntó su propio pecho, justo sobre su corazón, y en seguida apuntó el de ella—. Y aquí.
Ella intentó mirarlo sería todo el tiempo que pudo, hasta que una sonrisa se le escapó, empujó su mano a un lado y se acercó a él hasta posar sus manos sobre sus caderas. Él se dejó casi abrazar.
—Pero qué ridículo eres —canturreó la chica a modo de burla.
—Así me quieres.
Ella rodó los ojos mientras la sonrisa en su rostro crecía.
—Maldito presumido.
—¿Crees que tu madre esté muy molesta al verme cuando lleguemos? —cuestionó.
La pelinegra se encogió de hombros.
—Si no nos quiere recibir, siempre nos queda tu casa para pasar la navidad. Aunque estará el estúpido de tu hermano, pero bueno, gajes del oficio.
El chico soltó una carcajada. La miró con los ojos entrecerrados mientras le colocaba un mechón de cabello tras la oreja. Ella cerró los ojos, y se le afiguró que era como un felino ronroneando mientras le acariciabas la barbilla. Parecían ariscos y muchas personas les tenían miedo, pero cuando se encariñaban contigo, solo eran capaces de dar amor. Justo así era ella.
La chica pegó su frente a la de él e hizo chocar sus narices, provocando un roce lento y suave que le erizó la piel.
Ella metió las manos bajo su camisa, sintiendo su piel, y él, por otro lado, le pasó un dedo con delicadeza sobre el escote de su blusa, por donde pasaba la cicatriz que su operación le había dejado.
A él le encantaba tocar esa cicatriz. Era el recuerdo de todo lo que los había vuelto a reunir. Y sabía que a ella le encantaba su cicatriz, eso la hacía todavía más hermosa.
Un tatuaje sin tinta, le había dicho ella alguna vez.
Le gustaba esa idea.
—¿Ya te vas a poner sentimental? —se burló ella en un susurro.
—Yo siempre estoy sentimental —contestó.
Ella sonrió y le pasó los brazos por el cuello, abrazándolo como nunca y a la vez como siempre.
Él sabía que ella tenía miedo de volver a casa porque él también lo tenía, pero ambos se atrevían a enfrentar ese miedo. Juntos, aunque tenían la certeza de que podían hacerlo también separados. Pero... Preferían la primera opción.
Ella lo apretó con fuerza y enterró la cabeza entre su cuello, mientras él se daba el lujo de oler el shampoo de su cabello.
Fresa, olía a fresa.
Él sabía que Santa Mónica no era su casa, porque su hogar, su verdadero hogar, siempre se había sentido como ese abrazo. Se sentía como ella y su cálido corazón entrecruzado.
Su hogar estaba con quien amaba. Su corazón estaba donde su amor. Y él...
Él la amaba a ella.
Y ella lo amaba a él.
Ese era su hogar.
Por fin, después de años perdido sin una casa a dónde volver. El chico encontró su hogar.
Ya estaba en casa.
FIN.
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Solo vengo a decir un par de cosas porque me quiero despedir bien en una nota de autor jsjs, de esas que seguro nadie lee, pero ajá
Este epílogo se lo dedico a nicheg
Porque no alcanzó a llegar hasta esta actualización jsjs, pero espero que cuando llegue lo disfrute mucho juju 💗
Se te quiere, bestiiiiieeee, gracias por tus comentarios, tus votos y todo el amor que siento le das a la historia (♡ω♡ )
Ferny te manda un lenguetazo en la cara y Flangan un abrazo apapachanteY segundo...
A que no saben quién fue la persona que les robó el coche jajajaja
🌚Nos leemos en la nota de autor juju
Gracias por leer y por llegar hasta aquí.
Ya tiene punto final 🖤
Cambio y fuera.
~🌼🖤
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¿Y si somos Romeo y Julieta? ✔️ [Completa]
RomanceLos apellidos McCann y Rousseau no combinaban. Nunca lo hicieron. Al igual que Capuleto y Montesco. Él no tenía en sus planes compartir asiento con la persona a quien más le temía y tenía ordenes estrictas de alejarse. Ella, por otro lado, era de e...