Los apellidos McCann y Rousseau no combinaban. Nunca lo hicieron. Al igual que Capuleto y Montesco.
Él no tenía en sus planes compartir asiento con la persona a quien más le temía y tenía ordenes estrictas de alejarse. Ella, por otro lado, era de e...
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FLANAGAN
—La señorita Ruther no llegará así que tienen la clase libre.
Fue lo último que escuché de parte del director Weasley antes de que saliera del salón y el ruido de sillas arrastradas contra el piso inundara el aula.
Eché un vistazo hasta Traly en la fila delantera. Sonreí al encontrarla guardando sus cosas en su mochila marrón, de esa forma tan organizada que tenía de hacer las cosas. Siempre metía primero los libros, luego los cuadernos y, al final, guardaba todas sus plumas en el estuche y lo metía en un bolsillo con cierre en el frente de su mochila. Me acerqué, esperando poder ir a la biblioteca, o quizás otro lugar tranquilo en el que pudiésemos leer sin ser molestados por nuestros compañeros de curso. Sin embargo, me fui deteniendo al momento en que me daba cuenta que estaba discutiendo con Débora, su compañera de asiento.
Débora y ella, desde que yo estaba en ese instituto, tenían esa riña por ver quién tenía la razón. Traly, ciertamente, no era una persona muy fácil de hacer cambiar de opinión y, en algún momento, podía aceptar que llegaba a ser algo irritante, aferrándose a ideas que quizás no eran correctas, pero ella no estaba dispuesta a aceptar como tal. Por eso, al pasar a su lado, me limité a hacerle un gesto con la cabeza, intentando transmitirle que la esperaría fuera. Sus ojos parecieron entender mi indirecta y solo asintió, antes de concentrarse en la acalorada conversación sobre si las bacterias tenían vida o no.
No quise escuchar nada más.
Caminé en dirección al campo de futbol y me metí entre las gradas. Me senté sobre el húmedo pasto y abrí mi mochila para sacar una bolsa de gomitas con forma de pingüinos.
Estaba por echarme una a la boca cuando una mochila cayó a mi lado y me hizo sobresaltar. Me alejé con rapidez y mis ojos se movieron con pánico en dirección al movimiento.
Ferny, haciendo caso omiso de mi gesto, se sentó a mi lado, sin molestarse en cuidar que su falda no se arrugara al sentarse. Llevaba puesto un corsé con cadenas en la parte de las costillas, una falda con tablones, medias de red y sus botines militares y ostentosos, todo negro. Su largo cabello caía con gracia a su espalda, y esos mechones que sujetaba tras sus orejas dejaban ver todos los piercings que las adornaban.
Sin prestarme atención, se puso a hurgar en su mochila hasta que sacó una bolsa con un sandwich dentro. La abrió y comenzó a masticar, solo entonces me miró.
—¿Qué? —preguntó sin mucho interés.
Aparté la vista, dándome cuenta de que había hecho aquella pregunta porque no dejaba de verla.
Tuve que carraspear antes de hablar.
—¿Dónde está Alaia?
—Seguramente divagando por ahí. Salió del salón casi a la misma velocidad que tú y luego la perdí de vista —dijo encogiéndose de hombros y dándole un gran mordisco a su comida.