FLANAGAN
El sol ya se había ocultado, pero el calor seguía fluyendo en el aire cuando papá abrió la puerta del departamento y me arrojó dentro, y yo... Yo seguía llorando. Ni siquiera podía decir o hacer algo, sabía que no serviría de nada.
El anillo que colgaba de mi pecho, atado con un pedazo de estambre, oculto entre los pliegues de mi ropa, pesó, y tuve que hacer un esfuerzo muy grande por no llevar una de mis manos hasta ahí, arrancármelo del cuello y echarlo por el inodoro.
Ese anillo...
Sentí la cabeza darme vueltas y punzar con dolor cuando mis rodillas chocaron contra el piso, incapaces de seguir sosteniéndome.
Antes de que su corazón no aguante más...
Estábamos metidos en serios problemas.
¿Por qué nadie nunca advierte sobre lo doloroso que puede ser el amor? O peor aún: ¿por qué nunca hacemos caso a quienes tienen la decencia de advertirlo?
—¡Flanagan! —escuché el chillido de mamá justo antes de que sus brazos me rodearan. Las lagrimas seguían cayendo por mis mejillas, en silencio—. ¿Cariño, qué pasó?
No contesté, no podía.
Mi cabeza era un nudo de suposiciones. Suposiciones para las que no tenía ni las agallas ni las ganas de analizar. Algo me decía que, unir las piezas, sería mucho más doloroso que seguir viviendo en la ignorancia.
—¿Qué le hiciste? —le gruñó ella a papá, y creí, o quizás supe, que era la primera vez que lo hacía.
—Pregúntale dónde estaba. Pregúntale con quién estaba y a quien a estado dejando entrar a tu casa justo bajo tus narices, Elisa. Pregúntaselo y si tiene las agallas suficientes para decirte la verdad, espero que sigas creyendo que todo lo que hiciste valió la pena.
El cuerpo de mamá se tensó a mi alrededor, pero no me dejó. Su mano acarició mi cabello cuando pude escuchar cómo la puerta se abría y cerraba segundos más tarde.
El silencio nos abrigó, y segundos después, cuando estuvo seguro de que papá se había ido, Hall salió de su habitación y lo sentí arrodillarse junto a mí.
—Te dije que nada de esto saldría bien —murmuró junto a mí.
Cerré los ojos cuando poso una mano en mi espalda, y enterré la cara en el cuello de mamá cuando ella preguntó:
—¿Tú sabes dónde estaba? —la pregunta era para mi hermano.
Su voz era sigilosa, como si supiera muy bien la respuesta, pero tuviera la esperanza de estar equivocada.
—Sí.
—¿El nombre impronunciable? —dijo ella de manera digna. Incluso pude sentir como levantara un poco la barbilla.
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¿Y si somos Romeo y Julieta? ✔️ [Completa]
RomanceLos apellidos McCann y Rousseau no combinaban. Nunca lo hicieron. Al igual que Capuleto y Montesco. Él no tenía en sus planes compartir asiento con la persona a quien más le temía y tenía ordenes estrictas de alejarse. Ella, por otro lado, era de e...