C I N C O

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FERN

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FERN

Era un puto desastre, estaba consciente de ello. Y por eso intentaba decirme a mí misma que el que Flanagan estuviera siguiéndome no era mi problema. Le había dicho que dejara de hacerlo, pero decidió ignorarme el muy estúpido.

Y ahora se encontraba caminando a solo unos pasos detrás de mí.

La primera vez que había escuchado el apellido McCann tenía al menos unos seis años. Me encontraba sentada en el sillón frente al televisor, cambiando perezosamente de canal. Mi hermano estaba sentado a mi lado y ambos nos moríamos de calor. Era verano. Me detuve cuando mis ojos enfocaron la figura de una mujer rubia que parecía estar dando una entrevista. No recordaba qué decía, pero no era nada bueno. Y de pronto la cara de mamá apareció.

—Mira, ma', se parece a ti —mencionó mi hermano, señalando el televisor con el dedo índice.

Y luego mamá se abalanzó sobre mí para arrebatarme el control remoto y cambiar de canal. Ella dijo:

—Nosotros no nos relacionamos con esa gente, ¿entienden? Nunca. Ellos nos dejaron aquí.

No lo dijo, pero sabía que quería decir: Ellos nos dejaron en la mierda.

Vivíamos en un apartamento con apenas dos habitaciones y el salón principal donde también se encontraba la pequeña cocina. Y de los dos cuartos solo ocupábamos uno, donde dormíamos los tres, apretados y muriendo de calor en tiempos donde el asfalto de la calle irradiaba tanto que no podía pasar ni un segundo donde no te escurriera siquiera una gota de sudor por la frente. Desde ese entonces, mamá tenía reservadas esas cuatro paredes donde la puerta siempre debía permanecer abierta.

Después de ese día nos lo repitió incansables veces. «Ellos son los culpables de que estemos aquí». Llegamos a un punto donde ni mi hermano ni yo podíamos aguantar escuchar esa frase una vez más. Pero cuando las cosas se pusieron feas y mamá, quien nunca había pedido nada de sus ex maridos, se vio obligada a pedirles una pensión, y ahí entendimos porqué ella estaba tan enfadada con esa familia.

Aún ahora, mamá batallaba mucho para encontrar trabajo y, cuando encontraba alguno que tuviese que ver con su profesión, la echaban en cuestión de meses.

Y claro, yo me veía obligada a comer cosas saludables salidas de las ofertas del supermercado. O a apañármelas para mantener todos mis apuntes dentro de solo dos o un cuaderno.

Y aún así, no podía evitar sentir esa curiosidad hacia el chico que caminaba como idiota, tropezando con sus propios pies, detrás de mí.

—¿A dónde vamos? —preguntó.

Lo miré por sobre mi hombro.

—A dónde voy. Yo. Sola —aclaré—. No venimos juntos, lo que sea que hagas, serás responsable de ello.

Mentía. Me había sentido sumamente gozosa al dejarlo caer soltando el bolígrafo, pero después me di cuenta de la estupidez que cometí y el problema en el que lo había metido. Yo era un desastre y lo había arrastrado conmigo, no quería volver a hacerlo.

¿Y si somos Romeo y Julieta? ✔️ [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora