Los apellidos McCann y Rousseau no combinaban. Nunca lo hicieron. Al igual que Capuleto y Montesco.
Él no tenía en sus planes compartir asiento con la persona a quien más le temía y tenía ordenes estrictas de alejarse. Ella, por otro lado, era de e...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
*TIENEN jsjs
FLANAGAN
Lunes por la mañana y yo ya estaba metiéndome en problemas.
—¡Ay! —grité cuando alguien me jaló dentro del cuarto del conserje.
Tuve que detenerme de las mohosas paredes con una sola mano, pues la otra sostenía un baso térmico que pronto me fue arrebatado.
Levanté la mirada, encontrándome con la delgada pero imponente figura de Fern. Éramos básicamente del mismo tamaño, pero, por alguna razón, me sentía mucho más pequeño que ella.
—Trajiste café, perfecto.
—No es... —intenté decir, pero ya era tarde, ya se había echado un trago a la boca.
Hizo un gesto de asco con las mejillas hinchadas debido al líquido dentro de ellas y luego...
Y luego me escupió en la cara.
—¡Ay! ¡Que asco!
—¿¡Qué putas es esto!? —gritó, indignada, y me estampó el vaso contra el pecho.
Lo tomé muy apenas, por reflejo, porque en realidad no podía abrir los ojos. Me llamarán ridículo, pero yo sentía que me ahogaba.
Me pasé la manga de la camisa por el rostro, quitando cada parte del jugo y su baba.
—¡Es jugo de zanahoria! —me excusé.
—¡Pues eres un psicópata! —Me señaló con un dedo acusatoriamente mientras se limpiaba los restos del jugo de la boca—. ¿¡Quién en su sano juicio toma jugo de zanahoria!?
—Mamá dice que es nutritivo.
Soltó un resoplido y pude ver como le ponía el pestillo a la puerta.
Las alarmas se activaron, aunque menos intensas que las primeras veces que la vi.
—¿Qué haces? —Intenté abrir la puerta, pero, en efecto, le había puesto el seguro—. ¿Por qué la cierras?
—¿Quieres que alguien entre de casualidad y nos encuentre aquí?
—¿Qué tiene de malo?
Me miró con los ojos entornados.
—Ah, claro, muy casual estar hablando en el cuarto del conserje. ¿Así le dicen ahora?
—Vale, entiendo.
Me esforcé por no sentir el calor en mis mejillas.
Era verdad, no resultaría muy benéfico para nosotros que nos encontraran ahí. Ya nos habían encontrado en una situación bastante comprometedora como para que volviera a pasar. Era mejor asegurarse.
Aunque no estuviéramos haciendo nada.
¿No íbamos a hacer nada o sí?
—Joder... —farfulló la chica, llamando mi atención. Levanté la vista y la encontré sosteniendo su cabello con una mano sobre su cabeza mientras se abanicaba el rostro con la otra—. Hace un calor que te cagas.