Los apellidos McCann y Rousseau no combinaban. Nunca lo hicieron. Al igual que Capuleto y Montesco.
Él no tenía en sus planes compartir asiento con la persona a quien más le temía y tenía ordenes estrictas de alejarse. Ella, por otro lado, era de e...
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[PARTE II]
FERN
Eran las siete y media de la mañana cuando ya estaba arreglada y lista para salir.
Mamá había recogido la toga y el birrete el día anterior. Por alguna razón, el señor Weasley había apartado una para mí.
Me observé en el espejo una vez más, mientras pasaba mis manos por la tela azul metálico del vestido. Tenía una especie de bordado de flores negras esparcidas a lo largo del él, con el escote recto sobre mis pechos y el bordado haciendo olas sobre la tela, sostenido de unas pequeñas tiras negras sobre mis hombros que se amarraban con un moño malhecho que me esforcé en hacer. Largos guantes de un material transparente cubrían mis manos hasta arriba de mis codos. Una gargantilla negra reposaba sobre mi cuello. Mi piel parecía más pálida de lo normal.
—Eres una puta diosa —recité como siempre frente al espejo.
Esa vez, aunque tenía un nudo en el estómago que me hacía pensar que vomitaría en cualquier momento, me lo creí de verdad. No estaba intentando convencerme de ello, me lo estaba recordando.
—Nos graduamos —felicité a mi reflejo.
Sonreí.
—¿Estás lista? —preguntó mamá desde la puerta.
Asentí. Me puse la toga, me retoqué el labial oscuro que decidí usar, y caminamos en dirección a la salida.
Papá ya esperaba abajo, con el auto preparado para salir.
—¿Dónde está Amy? —fue lo primero que le dije al llegar hasta él.
—Va a irse con sus amigos. Se negó a que la llevara yo.
Me hicieron entrar en la parte trasera, mientras él y mamá compartían miradas tensas.
No hablaría con nadie. No miraría a nadie. No haría ninguna estupidez. Tres cosas simples que mamá me había hecho firmar en un acuerdo. Las repetí en mi mente durante el trayecto a la escuela, mientras retorcía mis dedos con nerviosismo sobre mi regazo.
Cuando llegamos, todo se veía normal. Era la misma escuela que había visto un montón de veces antes. Pero, por alguna razón, se sentía diferente, o quizás eran todas las razones, no solo una.
Cuando salí del auto, no necesité esperar a mamá, pues ella había salido tan rápido como yo, dispuesta a seguirme a todos lados donde fuera. Me levanté el vestido para subir las escaleras, ignorando a todos los demás graduados que se dirigía a las canchas de futbol, donde seguro se llevaría a cabo la ceremonia.
Mamá soltó un chillido al ver que usé mis botas, como si de un día normal se tratase. Me siguió por detrás, aguantándose probablemente las ganas de recriminarme aquello.
Crucé el largo pasillo de casilleros. No me detuve cuando dejé atrás el mío. Seguro ya no había nada ahí, pues mamá había ido a recogerlo todo desde mucho antes. Caminé con rapidez hasta el cuarto muro de casilleros azules. Aún de lejos, alcancé a ver una figura parada frente al suyo. El casillero de Carter.