FLANAGAN
—¿No me escuchaste? —preguntó.
Las arrugas de su frente se acentuaron.
De pronto todo el salón estaba en silencio. Todos nos observaban, algunos con más interés que otros.
Abrí la boca un par de veces, sin llegar a decir ni pío. Estaba en blanco. Su presencia me intimidaba y ni hablar de su mirada.
La observé. Ella levantó las cejas, como preguntándome qué carajos estaba esperando para moverme de ahí. Me levanté del asiento, tomé mi mochila entre mis manos y me moví hasta el asiento de al lado. La miré de nuevo y traté de esbozar una sonrisa, la cual salió totalmente extraña a causa de mis nervios.
Podía sentir como mi pobre y cobarde corazón se removía con una agilidad que nunca tenía en las clases de gimnasia durante el colegio, donde se apachurraba por el más mínimo esfuerzo.
—Ese —Señaló el asiento donde me encontraba yo—. Es el lugar de mi mochila. Mué-ve-te.
Solté un suspiro y me levanté, dispuesto a sentarme en el mismísimo suelo si era necesario. Entonces la señorita Ruther entró al aula, nos observó como si no fuésemos su problema, y cuando el señor Weasley entró detrás de ella, entendí el porqué.
—¿A dónde vas? —preguntó cuando me vio caminando entre la fila.
Me detuve en seco. No sabía si delatar a Fern o simplemente quedarme callado.
El director levantó las cejas, como diciendo: ¿qué carajos haces entonces?, dirigió su mirada hasta chica detrás mío, luego a los asientos y por último regresó a mí. Cerró los ojos y soltó un suspiro, seguramente implorando paciencia.
—¿Qué le dijiste? —interrogó en dirección a la pelinegra que aún aguardaba de pie con las cejas juntas a más no poder.
—Que no lo quería cerca —aceptó ella sin ninguna pizca de vergüenza.
No me sorprendió.
El director Weasley negó con la cabeza en señal desaprobación.
—Tú —señaló a Fern con su dedo índice para luego dirigirlo hacia mí— y tú. A mi oficina. Ahora.
—Pero acabo de llegar —objetó la chica.
El director no dijo nada más, solo se dio la vuelta, soltó un «hasta luego, chicos» y salió del salón.
Fern soltó un largo suspiro exasperado y pasó por mi lado, no sin antes empujar mi hombro, haciendo que trastabillara un poco y me apresurara a alcanzarlos. Sentí las miradas de cada alumno presente en el aula, incluso la de la señorita Ruther, mientras salía.
Cuando cerré la puerta tras de mí pude sentir como podía respirar con más normalidad. En ese momento fui consiente de lo asustado que me había sentido.
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¿Y si somos Romeo y Julieta? ✔️ [Completa]
RomanceLos apellidos McCann y Rousseau no combinaban. Nunca lo hicieron. Al igual que Capuleto y Montesco. Él no tenía en sus planes compartir asiento con la persona a quien más le temía y tenía ordenes estrictas de alejarse. Ella, por otro lado, era de e...