FLANAGAN
Llegué, jadeando y moqueando.
Con dos pisos y una anchura de seis metros, la casa de Ferny se erguía frente a mí.
Toqué el timbre. Lo toqué ocho veces seguidas, para ser exactos. En mi defensa, me sentía bastante desesperado. Sin embargo, nadie abrió.
No hacía mucho frío, ni calor, pero el ambiente se sentía cálido. Se sentía como un hogar, y aunque no era el mío, le pertenecía a ella, y eso era suficiente para mí, para sentirme cómodo. Era el refugio perfecto.
Inspiré hondo, hasta que el frío me heló la garganta que había estado seca y mis pulmones casi vacíos. Dolió, e hice una mueca de aflicción a la vez que me dejaba caer de cuclillas al suelo, sintiendo cómo mis piernas temblaban.
Quizás por el cansancio, quizás por que ya no tenía ganas de sostenerme en pie.
Saqué mi celular del bolsillo de mi pantalón y marqué el número de la pelinegra, esperando que contestara rápido. Y lo hizo. No había sonado ni el primer timbrazo cuando su voz ya se estaba colando por la bocina del aparato, llenando mis oídos, y cada uno de mis sentidos, con el sonido rasposo pero agudo de sus palabras.
—¿Hola?
—Ferny... ¿dónde estás?
Apenas mi voz abandonó mi garganta, supe que seguía intentando recuperarme. Recuperarme de todo.
—En la casa de Carter. Vine a dejar a Alaia. ¿Por qué?
Respiré de manera entrecortada, sintiendo cómo el nudo en mi garganta comenzaba a aparecer de nuevo y la pesadumbre en mi pecho crecía. Me detuve del piso con una mano.
—Yo... —intenté decir, pero me tembló la voz. Respiré—. ¿Puedes venir? Estoy en tu casa.
Hubo un instante de silencio, como si estuviese analizando el asunto.
—Claro, voy para allá. ¿Pero por qué lloras? ¿Qué te hicieron?
Se me escapó un suspiro entrecortado al escuchar la tan genuina preocupación en su voz. El anillo robado pesó dentro del bolsillo en mi pantalón, y tuve la tentación de meter la mano y tocarlo, más reprimí mis instintos.
—¿Vas a venir? —solté, inestable.
—Sí, ya voy. Ni se te ocurra dejar que mamá te abra la puerta.
—Ya toqué el timbre...
—La puta madre... —Hubo un silencio al otro lado, un murmullo, como si alguien estuviera hablando en silencio, y luego el traqueteo de lo que pensé eran una llaves, y de nuevo su voz—. No te muevas de ahí, voy.
—Bueno.
Colgó, y segundos después, la puerta de su casa se abrió.
Me puse en pie de inmediato, asustado.
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¿Y si somos Romeo y Julieta? ✔️ [Completa]
RomanceLos apellidos McCann y Rousseau no combinaban. Nunca lo hicieron. Al igual que Capuleto y Montesco. Él no tenía en sus planes compartir asiento con la persona a quien más le temía y tenía ordenes estrictas de alejarse. Ella, por otro lado, era de e...