D I E C I N U E V E

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FERN

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FERN

Llegamos el domingo por la noche a la casa. Todo se oía silencioso y estaba oscuro.

Como tu alma, ja.

Me sentía demasiado cansada y, curiosamente, mi respiración aleteaba más que de costumbre. Siempre solía alterarse más durante las noches, lo cual acostumbraba impedirme dormir bien todos los días. Y sudaba, estaba sudando mucho.

—¿Quieres que te ayude con eso? —preguntó papá por detrás, tratando de alcanzar mi maleta.

—No, estoy bien.

Debería dejar que la cargase él, pero mi orgullo podía más. Aún así terminó arrebatándomela de la mano. Solté un bufido, pero en el fondo lo agradecí. Seguía bastante molesta con él por lo ocurrido en el restaurante, por no hablar de Amy, que si por mí fuera no le veía la cara más en mi vida, pero para mi mala suerte, estábamos en el mismo curso y la misma clase.

—¿Tu madre está en casa?

Me encogí de hombros.

—Debe estar dormida.

Me recargué contra uno de los pilares cuando llegamos al pórtico y él tocaba el timbre. Yo no llevaba mi llave conmigo, si no, ya lo habría dejado aquí fuera y hubiese subido directo a mi habitación. Me acomodé el gorro sobre la cabeza y crucé mis brazos sobre mi pecho.

Papá me miró, su rostro solo expresaba preocupación.

—Estás descuidándote... —mencionó mientras se acercaba y acomodaba un mecho de mi cabello rebelde tras mi oreja. Me removí y él lo notó—. ¿Sigues molesta, cariño? Ya te dije que pagaré tu universidad si es lo que quieres y...

—Y es lo mínimo que puedes hacer —terminé por él. En el segundo piso se encendió una luz, solo pude rogar porque mamá bajara rápido—. No se trata de eso, puedo conseguir una beca. Estoy molesta porque no crees en mí, papá. —Hice una seña con la cabeza hacia la casa—. Ni siquiera mamá lo hace. ¿Cómo crees que eso me hace sentir?

Pude ver cómo su gesto se arrugaba en confusión y se echaba para atrás.

—Tú nunca hablas mucho de eso, cariño, no pensé...

—Claro, todos dicen lo mismo. Se excusan detrás de lo que aparento para poder pensar que soy fuerte y que todo me importa una mier... un pepino. Pero, adivina qué, papá, yo también siento. No me importa Amy, ni lo que vayas o no a pagarle a ella, me importa que ni siquiera esperabas que yo fuese a la universidad porque no crees en mí.

—Cariño...

La puerta se abrió, interrumpiéndolo, y mamá en ropa de dormir apareció bajo el umbral.

—Oh, Fern, ya estás en casa...

Se apresuró a abrir los brazos y apachurrarme contra su pecho, me quejé, pero con mi madre era inútil quejarse de algo que ella hiciera.

¿Y si somos Romeo y Julieta? ✔️ [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora