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—¿Pasa algo, Victoria? —Preguntó su padre— No has tocado tu comida.

Victoria rio.

—Me disculpo, padre. No me siento bien, creo que necesito un poco de aire.

—¿Piensas dejarnos aquí, hija? No es muy cortés de tu parte, tenemos al Duque Harold. No es cualquier invitado, debo recordarte.

—¡Para nada! —exclamó mi padre restándole importancia con un ademán— Créame que estaré más cómodo si la señorita Victoria se encuentra en buenas condiciones para acompañarnos a cenar.

Noté que a su padre no le gustó del todo su respuesta. Su propósito de esta cena era acercarnos a mí y a Victoria, si ella se iba y su plan fracasaba...

Bueno, no estoy seguro pero, ¿podría el Conde molestarse tanto con ella por eso? Prefería no correr el riesgo. Si Victoria ahora está en mi tablero, nadie puede tocarla. Es mi pieza. Mi reina.

—Con todo respeto, Conde, si gusta podría acompañar a la señorita Victoria para asegurarme que esté bien.

Al decir eso, voltee a mirarla tratando de ocultar una risa. Claro, a ella no dio la más mínima gracia, pero su padre no pudo estar más feliz al escucharme.

—No es necesario —se apresuró a decir a su padre—. Theodora puede cuidarme bien. Aún así —esta vez me miró a mí— agradezco su gentileza, lord Ravel. Por favor, termine su cena. Yo volveré en seguida.

Dicho eso se levantó haciendo una leve inclinación.

Mientras masticaba un poco de comida, oculté una sonrisa con mi mano. Pobre Victoria, que no tiene más opción que seguir las reglas de su padre y, para su desgracia, estoy con él. Al menos de momento. Si me deja de ser útil y comienza a estorbar mis planes, lo tendré que quitar.

—Por favor, lord Karlo. Le agradecería si la acompaña, quizás Theodora pudiera exagerar los síntomas. Ya sabe cómo son las mujeres.

—Karlo tiene buenos conocimientos de medicina —dijo mi padre—. Su hija estará en buenas manos.

Victoria no tuvo más remedio que apretar una sonrisa y asentir mientras escondía sus guantes ensangrentados detrás de su vestido. Me levanté, hice una inclinación y fui hacia ella. Nos dirigimos al patio. Por el rabillo del ojo noté su nerviosismo y su molestia. No me habló.

Una vez afuera se giró y me miró con fiereza.

—¿A qué cree que está jugando, Karlo?

Levanté una ceja, sorprendido. Era la primera vez que la veía mostrar una emoción tan intensa. Y se veía realmente hermosa.

La miré sin decir nada, esperando que se desahogara y me reprochara cuán humillada estaba, mientras ocultaba la sensación de reírme.

—¿A qué juega? —Repitió con dureza y acercándose a mí— No sé si usted trata de cortejarme o se divierte burlándose de mí. No fingiré que no se dio cuenta de mis guantes, ¿pero era necesario interrumpirme de esa manera? ¿Era necesario incomodarme y seguirme hasta aquí? ¿Intenta quedar bien con mi padre? ¿O es con el suyo? Creí que tenía un poco más de clase y era más serio, pero veo que no es más que otro...

—Creo que es suficiente —corté—. Deme su mano, Victoria.

Ella soltó una risa, indignada.

—Pero qué insolencia la suya. ¿Cómo se atreve? Ni siquiera estamos comprometidos...

—Deme su mano, por favor. No me haga tomarla por la fuerza.

—¿Su mala educación llega a ese nivel? Qué decepción —dio un paso hacia mi con una mirada asesina—. Si se atreve a tocarme, gritaré.

Tríada oscura #1: El juego de Karlo RavelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora