Nikolas chasqueó la lengua, sonriendo.
—Así que... El Conde nos invitó a una cena... ¿Porque quiere comprometerlos?
Tomé un sorbo del vino y me encogí de hombros, indiferente.
—Así es. Quiere quedar bien, supongo. Mostrar que su hija será una perfecta candidata. Dudo que nuestro padre se oponga.
—Creo que estás yendo demasiado lejos con tu juego. Nunca habías llegado a este punto con una chica.
—Con una chica ordinaria —corregí—. Además, ¿qué puede pasar? Tengo muchos argumentos para aplazar la propuesta. Tiempo suficiente para hacerle creer que le estoy permitiendo encontrar a alguien cuando en realidad estoy ideando qué hacer. Tengo que cambiar mis viejos métodos, ¿sabes? No dan el mismo efecto en ella que en otras chicas. Victoria es demasiado perspicaz y desconfiada.
—Bueno, en primera, ¿qué harás si ella encuentra alguien? —Hubo un silencio— A veces no entiendo cómo juegas.
Sonreí y me recargué en el respaldo de la silla. Nikolas me observó con una mirada interrogadora. Era el único que sabía mi pequeño secreto. Se podría decir que era mi audiencia.
—Es simple: me deshago de ellos.
Al escucharme, desvaneció su sonrisa.
—Nunca has matado a los pretendientes de una chica —dijo con seriedad—. Si piensas hacerlo ahora, es porque todavía no estás seguro de que Victoria te elija.
Me quedé en silencio. No quería admitirlo, pero tenía razón. Era un acto impulsivo e infantil, lo sabía. Temía tanto perder mi juego que estaba dispuesto a todo. Y es que jugar con Victoria era como caminar por la orilla de un acantilado: si daba un mal paso, podía caer.
Si había algo amenazando lo que estoy construyendo, tenía que quitarlos del camino.
Aunque siendo honesto, mi temor era pequeño en comparación con mi seguridad de que Victoria no encontraría a nadie. Me he dado cuenta de sus nervios espontáneos y su mirada curiosa cuando está conmigo. Le gusto, pero se niega a caer. ¿Qué se lo impide? Aún no lo sé.
Con gustarle no es suficiente, eso es pasajero y superficial. No me sirve de mucho que me vea sólo con respeto y admiración, quiero que se vuelva loca de amor. Que vaya en contra de todo para estar conmigo, que cuando no esté cerca me extrañe y anhele mis caricias. Sólo así, podré asegurarme que su mente me pertenece y lentamente hacerla pedazos.
—Quizás, sí, en parte —respondí tranquilamente—. Puedo perder, pero también ganar. Si tiene la libertad de conocer a otros, mi presencia la estará acompañando y se dará cuenta que ellos no son yo. Además, ¿cuántos meses queda para su cumpleaños? ¿Seis? ¿Y cuántos bailes pueden haber en ese tiempo? De seguro no los suficientes para que encuentre a alguien. Si no lo ha hecho en varios años, ¿por qué lo haría ahora?
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Tríada oscura #1: El juego de Karlo Ravel
Tajemnica / ThrillerKarlo Ravel manipula a las chicas; las hace jugar su juego hasta que terminan muertas o enloquecidas, son sus piezas de ajedrez, como dice él. Y nadie puede culparlo porque al final, él sólo es un espectador disfrutando de su show. Le gusta retarse...