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Quise golpearlo y a la vez abrazarlo. Comencé a sentirme incómoda ya que Román no dejaba de mirarme.

—Cúbrase con esto —dije teniéndole una manta para que se abrigara. Apartó la mirada de mí y se cubrió con ella. Creí que diría algo, pero en su lugar se mantuvo en silencio mirando la lluvia.

—Es un clima perfecto para pintar —musitó. Tragué saliva recordando los días lluviosos en los que él solía pintarme. Esos días yo se los dedicaba a él, y él a mí. Era un acuerdo mutuo, una bella forma en la que nos podíamos amar a escondidas.

—Deje de buscarme —solté. Él me miró—. No quiero que me busque. Usted y yo no somos nada, Antonio. Ni siquiera nos conocemos.

Dio un paso hacia mí.

—A mi parecer nos conocemos bastante bien, o no habría corrido hasta aquí con una manta y un paraguas tan tarde en la noche.

—Hablo en serio. ¿Qué parte de que verlo me hace daño, no entiende? Sufro con solo respirar cerca de usted, deseo morir en cuanto se cruza ante mis ojos —al decir lo último la voz se me quebró, y no pude seguir hablando. Tuve que tragarme las lágrimas.

—Me detesto por ser el culpable de su dolor, señorita Victoria. Lo siento.

—Váyase —espeté—. Ni siquiera me recuerda, ante sus ojos soy una desconocida. Usted no es Román así que deje de pretender que lo es. Él está muerto, y usted es un impostor fingiendo ser él para llevarme a la cama, solo quiere aprovecharse de mis sentimientos, usar mi dolor para su provecho.

Román apretó la mandíbula y me miró con esa dureza que me recordaba que era Antonio. La frialdad en su expresión no hizo más que clavarme una daga en el corazón.

—¡Basta! —gritó, interrumpiéndome— Sé que no fui cortés con usted, pero no soy esa clase hombre. Me hace perder las esperanzas. Si ese es el concepto que tiene de mi, será difícil hacerla cambiar de opinión.

—Podrá engañar a otras mujeres, pero yo no soy como las demás, que le quede claro. ¿Cree que no sé la clase de hombre en que se ha convertido? ¿Piensa que soy tan ingenua para caer ante usted por unas simples palabras bonitas? Aunque luzca como Román, nunca será él, y yo nunca seré suya.

Hubo un silencio. Tuve que ser fuerte para soltar todo aquello, estaba a punto de derrumbarme y peor aún por esa expresión de dolor en el rostro de Román. Parecía tan real que tuve que evitar mirarlo. No iba a engañarme.

—Así que usted le dijo esas cosas a lady Rebecca, sabe de nosotros.

Sus palabras me dolieron más de lo que imaginé. Creí que estaría arrepentido, pero solo vi cuan molesto estaba. Incluso tuve esa sensación de que me haría daño.

—¿Por qué le dijo todo eso? ¿Qué pretendía? ¿Qué tuviéramos problemas? Porque si es así, lo hizo bastante bien.

Solté una carcajada.

Tríada oscura #1: El juego de Karlo RavelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora