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Mis gritos se escuchaban por todo el hospital, de eso estaba seguro. Los médicos me estaban poniendo una especie de medicina en las quemaduras para apaciguar el dolor y acelerar mi recuperación, pero ardía como el infierno. Era insoportable.

Gran parte de mi hombro derecho estaba herido, mis manos tenían algunas quemaduras pero en su mayoría eran raspones y cortes, también me había lastimado mi pierna izquierda al correr con Victoria en brazos. Había despertado hace apenas unos minutos y, al hacerlo, me arrepentí porque fui siendo consciente de cuán lastimado me encontraba.

—Por el momento, hemos terminado, lord Karlo. Tendrá que reposar un par de días aquí. Avisaremos a su familia cuando pueda irse.

—De acuerdo —dije con la mandíbula apretada. Cerré los ojos tratando de ignorar el dolor—. ¿Podrían llamar a mi hermano?

—¿Lord Nikolas? Ha estado toda la mañana esperando a que se despierte. Le diré que venga en seguida.

—Gracias.

El médico salió, y en cuanto lo hizo me retorcí un poco del dolor. No podía tocar mis heridas y esto estaba siendo realmente molesto y frustrante. Lo peor es que estaría así durante casi un mes.

Escuché la puerta abrirse y ante ella apareció Nikolas sonriendo burlonamente. Iba vestido impecablemente, sin heridas, la ropa limpia y peinado con el cabello hacia atrás sin dejar ni un pelo suelto. Se cruzó de brazos y se sentó en la camilla, a mi lado.

—Vaya. Sí que te causé dolor.

Lo miré con odio, pero no dije nada. Él rio. Fue una risa burlesca, calmada.

—Deberías agradecerme en lugar de mirarme de ese modo.

—¿Agradecerte? —espeté fríamente— Victoria casi muere, mataste a mucha gente, lastimaste a varios y arruinaste el evento de la princesa. ¿Y entras riéndote frente a mí? Por favor, hermano, ¿qué se supone que debo agradecer? ¿Por qué hiciste una tontería de esta magnitud? ¿No pensaste en las consecuencias?

—Baja la voz —ordenó borrando su sonrisa y acercándose a mi oído—. No es muy difícil adivinar qué me motivó a hacer esto. Sólo piensa que ganaríamos.

Lo miré desconcertado, él me devolvió la mirada. Ya había pensado en las razones por la que pudo hacerlo, pero ninguna me parecía lógica. ¿Qué ganaba él, realmente? Además de correr un gran riesgo que le costaría su vida.

—No lo hiciste solo, ¿cierto? —pregunté en voz baja.

—No hagas preguntas obvias, Karlo —hizo una pausa. Acomodó mis almohadas y quitó algunas arrugas de las sábanas—. ¿Y bien? ¿Tengo que explicarte mis razones para que no me odies?

Razones... ¿Qué razones pudiese tener para causar un incendio? Le había estado vueltas al asunto sin encontrar una respuesta, no tenía idea qué lo había motivado.

Tríada oscura #1: El juego de Karlo RavelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora