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Al verla, fue la primera vez en mi vida que me quedé sin palabras y en la que no me molesté en ocultar mi sorpresa

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Al verla, fue la primera vez en mi vida que me quedé sin palabras y en la que no me molesté en ocultar mi sorpresa.

Estaba totalmente empapada, su cabello caía más abajo de sus hombros y su ropa húmeda se cernía a su cuerpo delgado marcando su cintura y pechos. Entonces vi la sangre. Estaba herida. Al levantar la mirada hacía ella no pude quedar más atónito, estaba pálida y sus ojos azules resaltaban como luz en oscuridad. Sentí el enojo en su mirada electrizante, amenazadora, esa que nunca había visto en ninguna otra mujer.

Se veía hermosa.

Victoria se estaba volviendo mi flor favorita, me emocionaba saber las cosas que pasarían para que sus pétalos se marchitaran. Y su inteligencia era fascinante, sentí que estaba ante un verdadero reto que más adelante me daría una indescriptible satisfacción. Era tan orgullosa que prefería caminar varios kilómetros antes que aceptar mi ayuda.

Reí. Qué chica tan interesante.

Me intrigaba saber lo que estaba haciendo ahí vestida de esa forma, pero conociéndola nunca me lo diría.

Después de regresar a casa no he podido sacar su imagen de mi mente, esos fríos ojos mirándome desafiantes que luego pude transformar en calidez y nerviosismo.

Así empezaba todo, con una simple mirada.

Apenas pude dormir pero no me sentí cansado, mi mente estaba en otras cosas. Me molestaba que no pudiera evitar preguntarme si ella estaba bien, después de todo tenía una herida y hacía frío. No debería importarme y sin embargo la imagen de ella sangrando y temblando seguía dándome vueltas. ¿Habrá llegado a su casa? ¿Debería ir a verla? ¿Estaría bien? ¿O está enferma?

Joder, pero qué molesto es esto.

—Hola, Karlo. ¡Oye!

Nikolas me dio un golpe en el hombro. Me sobresalté.

—Hemos llegado —anunció señalando al salón—. ¿Qué tienes, eh? Desde que saliste de casa en la madrugada y regresaste, has estado distraído. Y sólo estás así cuando tramas algo, ¿qué ocurrió?

El cochero abrió la puerta y yo fui el primero en bajar.

—¿Cómo sabes que salí? —Inquirí poniéndome la máscara. Él se encogió de hombros.

—Puedo darme cuenta incluso cuando alguien mueve mis lápices un milímetro. ¿Es por nuestra conversación del otro día sobre que tal vez no podría ser la primera vez de la Señorita Salazar?

Lo miré con fastidio dando a entender que no quería que me molestara con eso ahora. Él soltó una carcajada. La conversación terminó cuando entramos al salón. Habían demasiadas personas con vestidos elegantes y trajes, todas ellas usando máscaras. Era un ambiente animado, muchos bailaban mientras que otros conversaban tomando vino o comiendo postres.

Tríada oscura #1: El juego de Karlo RavelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora