Karlo Ravel manipula a las chicas; las hace jugar su juego hasta que terminan muertas o enloquecidas, son sus piezas de ajedrez, como dice él. Y nadie puede culparlo porque al final, él sólo es un espectador disfrutando de su show.
Le gusta retarse...
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Antes de meter el papel a mi bolsillo lo leí una vez más para memorizarlo.
Al levantar la mirada vi mi reflejo en el espejo. Mi padre me mataría si me ve vestida de esta manera y si alguien llegara a reconocerme en la calle mi reputación se vendría abajo. El pantalón, el saco, el sombrero y el pañuelo... Todo pertenecía a mi hermano pero lo arreglé para que estuviera a mi medida. Era mi atuendo cuando decidía escabullirme por la ciudad sin tener que aparentar la delicadeza y gentileza de siempre, que a la larga me cansaba.
Corría un viento fuerte y frío, los truenos hacían temblar las ventanas y los relámpagos daban luz a la oscuridad que cubrían las calles. Bajé en silencio, sintiendo el corazón salirse de mi pecho. No era la primera vez que me escapaba, eso no me preocupaba sino que había decidido ir a ver a Román (o a Antonio Sevilla). Aunque fuera un poco tarde, él debía estar despierto. Lo conocía bien. Siempre mencionaba que amaba la ferocidad de las lluvias, el viento impetuoso chocando contra él y la música de los truenos que lo inspiraba, así que era seguro que lo podría encontrar despierto.
Una vez afuera, destendí el paraguas y caminé de prisa a la dirección que Agatha me había dado. Se lo había pedido el día después de mi "incidente". Pensé en dejarlo en el olvido y concentrarme en cómo cancelar mi compromiso con lord Karlo, pero no pude. La incertidumbre, aquella voz en mi cabeza que gritaba por la noche "¿y si realmente está vivo?", no me dejaba estar. Necesitaba saber, ver realmente que me había equivocado o...O había acertado.
Caminé durante varios minutos entre las calles de Londres sin que mis nervios desparecieran. Por más que intentaba encontrarle respuesta a mis preguntas, sentía que la verdad de todo esto ni siquiera podía imaginármelo.
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