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Mi insistencia en que Vicente me dijera lo que pasaba fue en vano. Negaba tener algún sentimiento por Agatha y reducía su reacción a una simple "incomodidad insoportable". Yo no le creía. Pocas veces mi intuición me fallaba, estaba segura que Vicente sentía un leve aprecio por ella. De ser así, aún no tenía explicación a su crueldad.

Comencé a dudar si realmente debía entrometerme para cancelar la boda. El poder para hacerlo lo tenía. Ya conocía a la pareja perfecta para Agatha, alguien que, bien no podrá desaparecer sus sentimientos por mi hermano, al menos la hará sentir amada. Además que es un candidato que sus padres no podrían rechazar: Vladimir O'Neill. Un hombre casi en sus treintas, no muy apuesto pero futuro heredero de las riquezas de su familia, inteligente, soltero y una buena persona. Suficientes atributos para que Vicente quede abandonado. Sólo con papel y tinta podría hacer un escándalo y terminar con esto. Sin embargo, algo me seguía molestando diciéndome que debía esperar, que primero debía saber lo que Vicente ocultaba.

—¿Señorita Victoria?

Venía tan metida en mis pensamientos que escuchar mi nombre me tomó por sorpresa. Me giré, y al mirar al hombre frente a mí, no pude sentirme más decepcionada.

—Lord Frederick —saludé con una leve inclinación. Seguí mi camino esperando que no me siguiera, pero mis súplicas fueron en vano cuando lo escuché caminar hacia mi.

—¿Puedo saber a dónde se dirige?

—Debo hacer unos deberes —respondí con la vista al frente.

—¿No tiene quién lo haga por usted? Una dama de se altura no debería...

Me detuve.

—Con todo respeto —interrumpí controlando la altanería de mi voz—, esto es algo disfruto hacer. ¿Se le ofrece algo?

Lord Frederick rascó su cabello, nervioso, con una sonrisa tímida plasmada en su rostro. No pude evitar recordar a su hermana, Elizabeth, quien no era muy diferente de su hermano. Tenían el mismo cabello castaño, los ojos igual de marrones y un par de lunares en su cuello. Si bien era atractivo, su encanto quedaba enterrado en cuanto las palabras salían de su boca. Era imprudente, presumido, parlachín y, lo peor de todo, tan simple que resultaba predecible. Era el tipo de hombre que nunca se sentiría afortunado de tener a la mujer de su vida casándose con él, sino más bien, el tipo de hombre que piensa que la mujer debe sentirse afortunada.

—Me gustaría acompañarla.

Lo que faltaba.

Fingí una sonrisa amablemente y negué.

—Lo siento, eso no será posible. Mi dama de compañía no se encuentra conmigo y no quiero meterme en más escándalos si me ven a solas con un hombre, y peor aún con usted. Le recuerdo que es el hermano de Lady Elizabeth, la nueva conquista de mi ex prometido.

Tríada oscura #1: El juego de Karlo RavelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora